Zona del silencio

Las dunas se suceden. Toman forma de ojos, de dientes, de pestañas. Tú me tiendes la mano. Somos como el biento dibujo en las paredes. Somos arena o piel. ¿Quién dijo muro? Y esa sensación de tiempo ni pasa ni nos vence. Este mundo pequeño.
-Cierre la puerta.
-¿Tienes cigarros?
-Señorita.
En esa bicicleta un hombre lleva flores. Hace sonar la bocina. El mundo no le importa.
-Tengo treinta y seis años. He perdido un riñón. Mi esposa no me quiere.
-Este es el momento de invertir.
Horizonte sin tregua los vamos así, apenas enlazados. Mírame. Un remanso de agua. Somos como la arena, un intermedio naranja.
-Imagina un lugar así. Enorme. En medio del desierto.
-Ya no me queda nada.
-¿Y los niños? ¿Nadie va a acordarse de los niños?
Tras la carretera el mar. Cortas las pedaladas, como silbar, cantando.

Ventanero

Caminan de un lugar a otro, sin ninguna seriedad. Ella tiene una nariz de garbanzo, él los pantalones caídos. Cruzan la avenida una y otra vez, a veces pareciera que están buscando un taxi, otras que esperan una llamada importante. Quizás lo más extraño sea la naturalidad con la que se dan la mano cada vez que atraviesan. No se mueven de esta cuadra. Creo que si alguno de los dos tuviera uniforme sería difícil fijarse en ellos. Debe ser cosa de los uniformes, esa propensión a convertir lo excepcional en sumiso, aunque no sé si pueden llamarse excepcionales. Hay algo en la nariz de ella que la hace destacar un tanto, por lo demás tiene un andar cansino, nada sugerente. Supongo que vistos de cerca sus ojos deben ser bonitos. En cuanto a él, pelo corto y oscuro, ni gordo ni delgado, un tipo cualquiera. Ahora vuelven a atravesar hacia aquí, llegan a la acera y cruzan también la calle que hace esquina. Se dirigen al hotel de enfrente sin agarrarse las manos. No sé qué hacen, la verdad. Hay que estar muy aburrido para dar estos paseos a las cuatro de la tarde.

Trapecio

- ¿Llueve?
- No.
- ¿Entonces?
- Hace frío.
- …
- Se nota desde las ventanas. Es triste. Apenas puede verse nada más que el frío. Nada más.

A veces caminaba sin destino, bajaba calles, subía, se sentaba en los umbrales de las puertas. Alguien le podía hablar. Podía hablar de alguien. No había palabras suficientes. Nadie sabría decirlo pero allí, en aquel momento todo comenzaba a tomar forma, se condensaba y fluía sin impulso, sin límite, instantáneo.

- ¿Quieres que vayamos a buscarte?
- ¿Para qué?
- Podemos ir al cine.
- Odio el cine.
- Podemos hacer cualquier cosa, no sé…

Entonces el cantaba, improvisaba canciones. Las muchachas pasaban por la calle y nos miraban pero no le importaba. Seguía cantando, cantaba, cantaba. Utilizaba las mismas palabras una y otra vez, unas palabras lejanas de nosotros, como queriendo alejarse de aquella realidad.

- ¿Entonces?
- Creo que lo mejor es tomar un café. Venid hasta casa, yo lo hago. Luego podemos dar un paseo. No debe haber nadie por la calle no este frío.

Me acompañó hasta la plazuela y estuvimos revisando entre la hierba húmeda. Alguien nos ofreció cigarrillos o nos los pidió. Buscaba unas monedas en su bolsillo, dijo que tenía hambre. Le preguntamos si había visto una cartera. Entonces sacó una linterna y empezó a iluminar la hierba húmeda pero no había nada. Nos despedimos y seguimos buscando más abajo hasta que la encontramos. Luego volvimos hasta la plaza, nos despedimos, nos dijimos adiós.

- ¿Os gusta?
- Está fuerte.
- [sonríe]
- Oye.
- ¿Sí?
- ¿Seguro que no quieres ir al cine?
- Claro que no.

Dime. ¿No crees que este vino es demasiado caro? Es cierto que hay música en directo, que se está bien, que afuera hace frío y tenemos toda la noche por delante pero, ya sabes, no me sobra el dinero. ¿A ti te sobra el dinero? Seguro que no, a nadie lo sobra el dinero. Creo que deberíamos buscar un lugar donde dormir. Después de todo esta noche no nos depara nada. Eso seguro. No debimos haber llegado tan lejos. No todos los días son fiesta, ¿sabes? Casi siempre las cosas acaban saliendo así.

Quipucamayoc

La historia pierde en fidelidad pero gana en moralidad.

Raul Porras Barrenechea


Digo que todo nace del desorden pero también que a partir del desorden es posible construirse una imagen apropiada del mundo. Veo una paloma y se me prefigura un buitre. No se sabe porqué, no puede saberse, sólo la paloma ahí, junto con otra paloma, encima del tendido. Tengo las manos llenas de carbón y pienso que el carbón es una forma diferente de la tinta. Si pusiera las manos sobre el papel escribiría sobre ellas, o quizás no escribiera, solamente una mancha se iría extendiendo como un lento desorden, a veces es preciso meditar. Ser capaz de rastrear un único movimiento y a partir de él obtener la suma de todos y cada uno de los personajes, los coche, el aire, también, que nos rodea, esa soledad.

La melancolía, el aparente desorden tras el que se encuentra un único camino, son otras formas más de la imaginación. La imagen del héroe, lo dijo Borges, no es el héroe mismo, ni se le va pareciendo. Por eso este oficio arriesgado del quipucamayoc, rostros que se duermen, vendedores que terminan su trabajo para volver a casa, suma y repetición, nada ha cambiado. Es por ello que la fidelidad no importa, puede cambiar de orden, repetirse, elegir un nuevo nombre desde el que empezar a hablar. La cifra no se debe al momento preciso sino a cierta raíz, cierta ansia o fortuna que debe alimentarse para poder crujir, alzarse, caminar cloqueando su razón, su motivo. No hay falsedad en trazar lineas con un grosor distinto cada vez, ni en poner cruces seguras, ni en la palabra aventura. Uno abre los ojos y ve. A veces, ve la lluvia, a veces un pozo interminable, a veces un paraguas que es mejor olvidar. Todo puede equipararse, no es necesario un motivo, una situación, un viaje. Las estaciones, los aeropuertos, las paradas de bus, son igual de aburridas vistas desde dentro, con la televisión encendida anunciando el número de muertos del último accidente. Quizás, todo viaje no deje de ser un episodio más del único viaje, la decepción, el cansancio, la pérdida, la muerte. Quizás, se necesario pasar un invierno en Lima para construirse una imagen apropiada de la importancia del sol. No se trata de perseguir una verdad, no hay razón suficiente para hacerlo. Se trata de una historia, una historia cualquiera, un corazón enorme inflando esta ciudad y esa historia prescindiendo de todo lo que es ella para inflarse también, sobrevolar la garúa, avanzar, alcanzar esa imagen, esa fotografía de todo lo que existe, todo lo que cabe en una sola imagen para convertirla en todo, ese todo posible que no prescinde de las gasolineras, la publicidad política, las últimas ramificaciones de la teología cristiana, las acequias, las casas de barro, las tumbas deslumbrantes.

El quipucamayoc no debe dejarse gobernar por la desidia ni por el encantamiento. Debe estar atento al carácter mutable de las gentes, debe descifrar la secreta voluntad del calendario, conocer la variabilidad orgánica de todo paralelepípedo y la forma en que se pliega ante el temblor ansioso de la noche, de cada noche, todas y cada una de las noches.

Casi Cristal

Las niñas, una pregunta amarilla, el pelo cubriendo el vientre, gafas de sol. Amarillo, un inmenso amarillo, insensato y autobús, bien, bien. Largo 148$. Gafas de sol y el teléfono suena, suena, suena, ebriedad inocencia en un brindis, ¡Qué bien! ¡Qué bien las niñas! Bien.
/
Quiero decir que no. Hasta nunca mojón amarillo. Culo amarillo, bombilla. Recapitulemos la bombilla, el sol no es amarillo. Nadie alguien dijo que era amarillo, voy al baño amarillo pero no sol, ni bombilla, es el culo amarillo la droga que corre sobre el vientre, la boca ahhhh.
/
Dios y dos más. Cómo coño con esa boca. Dímelo dímelo. No es no pero esa bola hinchada, un mojón amarillo como diciendo: ¡Basta! Esa boca ¿Cómo coño? 148$ para nada. Shalalalalá. Sí, claro. El color amarillo. Dime que no estás triste. Dímelo.
/
Enmarcado amarillo, véndeme la alegría de estar borracho abrir la boca triste abrir la boca la asquerosa boca de bombilla, para nada, no, no. Está bien, lo acepto. Los dos nos pudriremos. Ese mojón amarillo. Nada, cuando esto acabe no habrá nada más, nada. Felicidades. Hasta nunca.

Otra vez primavera

Entre rojas ganzúas las hojas van trenzándose, cruzándose. Yo escucho las voces, noticias de Valencia, y el calor destilado por las ramas me golpea alto, seco, con la pasividad delincuente de los días que aún no son de primavera. El tedio se vuelve hastío en las palabras, anécdotas superfluas, todo lo que no es capaz de convencerme. Tal vez la cercanía congregue este tumulto, la tristeza o raíz se encuentra en unos ojos similares, palabras… La respuesta en aceras, esperando autobuses, cruzando hacia algún sitio que ya no se recuerda, volver a ese lugar que no es el nuestro, descubrir en él lo que nos silva de olvido y de paciencia, escapar de la histeria, la impaciencia, la agresividad incauta y elocuente, extraordinaria. Pero la juventud es un riesgo, hay quien habla del pecado, quien amanece piedras, hay quien ruge dentro, quien aplaude al amable jubilado. La juventud debe ser rabia, la duda catastrófica. Entretanto cantemos, divulguemos alquimias de modos y apariencias, seamos hacia fuera espejos exaltados, anónimos, locuaces, seamos como ecos, repitamos bostezos, tan hermosos, tan bellos. A no mucho tardar la autoridad se rinde, nos mirará a la cara como a hermanos felices en familias perfectas, nada nos dolerá sino la herida cotidiana, el día a día más, la nueva primavera.

Araño

Con las uñas largas araño el plástico, la tierra, la madera. Siento combarse el mundo como una pestaña azul que nunca cede.
_


Quae dum primo mane floret

Una relación de la temperatura, el nivel de humedad, el tacto, una gradación del pacifismo que incluya la forma en que la luz se refleja en las manos, la intensiad, duración y trayectoria con que se posa el pie sobre el asfalto o el pavés.
·
-Acércate, un poco.
·
Una geometría del odio, la decepción, el cansancio que produce cierta actitud basada en la facilidad de la palabra cuando la palabra no sirve. La destrucción.
·
-...
·
La percepción del tiempo. El hábito. La disposición para aceptar un cambio que suponga la aparición de un nuevo personaje, una posibilidad que oponga un ideal, un tópico, propuesta.
·
-Allí, sobre esa orilla...
·
La adecuación, la sustancia que puede rastrearse, el orden como orden, la caricia.
·
-

Si una serpiente

Las voces que discuten, la sonrisa, la barra, dos chicas almorzando, los labios, tócame, El principito. Algo de culpa debe tener. El principito, Saint-Exupéry cruzando Los Andes, quizás también él, Antoine de Saint-Exupéry con su cachorro de foca. Si una serpiente se como un elefante. Pero lo importante es el nexo, esa mujer sin sostén, su rostro masculino, su falda de líneas y colores gastados, su bufanda agresiva. Si una serpiente / ¿Cómo puedo adelante? ¿Qué puede significar? El principito, Antoine de Saint-Exupéry, Los Andes. ¿Cómo pudo llegar? ¿Por qué modelo? Quizás el vestido, el corte de pelo que destaca su rostro, no sean más, no tengan otro significado, mayor trascendencia, un estilo. Pudo gustarle el color, no saber que una serpiente comiendo un elefante, Antoine, El principito, quizá siga un modelo. Antoin de Saint-Exupéry, la foca, la avioneta, las chicas que comen, el bar casi vacío. Ella también se va. Adiós al Principito, finito, nada que seguir. Exupéry, Antoine de Saint-Exupéry, su nombre aristocrático, Los Andes, volando en su avioneta y las chicas comiendo. Son las tres. Esta cerveza caliente, sin fuerza, el bar casi vacío. Antoine de Saint-Exupéry. Ella debía conocerlo, ella surcando Los Andes, un ejemplo valiente, un ejemplo, libertad, su gesto masculino, un compañero atractivo, con gafas de sol, pelo largo, ella sin sostén, el dibujo a la espalda, sólo el dibujo. Si una serpiente se come un elefante, / dime, ¿cómo puedo seguir adelante? ¿Cómo puedo escribir? ¿Con qué sentido? Si el bar está vacío, si las chicas acaban de comer, cómo puedo seguir, de qué puedo tirar. El poema se muerte, tengo hambre, voy al baño, está ocupado. Si una serpiente se come un elefante, / dime.
Estos surfistas de la nieve forman
una nueva camada de animales de invierno.
Dedican sus horas a la nieve virgen
y a sus tablas de surf. Trazan estelas
entre los pinos. Su acrobacia agota
las posibilidades laterales
de la montaña. Cuando llegue el verano
a bordo de sus coches de colores intensos
buscarán una playa y el significado
de los nombres antiguos de los vientos.
Ahora sobre sus bocas carnosas
fosforece de vida el protector labial.
Navacerrada los recibe este fin de semana.
Ni siquiera sus horas vulgares son vulgares.
Es cierto que ya no son héroes
sino metáforas de héroes, pero
siguen desconociendo el color de la melancolía.
Como los meteoros
construyen y destruyen sus caminos.
En el bosque absoluto solamente la tarde
los encuentra. Se aturden en las sendas
nunca pisadas. Dejan
sus marcas esperando que nadie las transite
hasta que nuevos copos borren cualquier memoria.
Hemos de confiar en la hermosura
que no veremos nunca, en las sigmas efímeras
que escriben los surfistas de la nieve. Cursan
itinerarios imprevisibles
como los que dibujan las arterias
bajo la piel. Existen armonías
que no percibiríamos
sin las celebraciones
del arte pop. A veces
está muy lejos nuestra plenitud
del lugar que habitamos. Otros son
los que sustentan nuestros sueños. Ser
contemporáneos quiere
decir sólo que somos
simultáneos de todo nuestro tiempo.
Por eso algunos días
logran esta humildad insuperable. Apunto
estas líneas en una
caja de Telepizza. Son fragmentos de frases,
los periodistas de Madrid Directo
las dicen en la hora de poniente
enfocando las torres de una ciudad de fuego.
¿Es esto lo que siempre
se ha llamado belleza?
Juan Antonio González Iglesias: Snowboard

Las reglas del juego

No se trata de defender el romanticismo, tampoco de buscarlo. Pongo los pies en el suelo, sólo soy capaz de contemplar mi rigidez y la inestabilidad del mundo. Creo que tiene que ver con la situación de un bolo pero aquí el proyectil es más sutil, inesperado. Por lo tanto, el planteamiento tiene mucho más que ver con la rutina reglada del juego que con la tentación del abismo o precipicio. La máxima puntuación conlleva el reconocimiento de los participantes. ¿Perder? Perder no importa.






















fotografia: Lisboa - Plaça Luís de Camões

Un día de pesca con Henry y Lawrence*

En serio, ¿pez o fruta?

París, años 30. Antes de comenzar fijemos un epicentro para este cuarteto de pasiones, esta crucifixión bañada en semen, este enorme diario de bailes de salón y luces mediterráneas. La acción transcurre en Corfú. Henry y Larry comparten un día de pesca desde lo alto del muelle, se plantean cuándo podrán ir a Creta. Muy lejos de allí, en Nueva York, Anaïs y June probablemente no se vean o no se hayan visto o no vuelvan a verse nunca más. Otto Rank se viste de señorita, intenta analizar unos hechos que probablemente nadie le haya contado, que puede haber recibido transformados en literatura o tal vez nunca hayan llegado a suceder.
Primera premisa. Sólo considerando la lectura como un acto de erotismo es posible abarcar la totalidad de la bibliografía de estos tres grandes autores del siglo. Yo tan solo he llegado al Cuarteto de Alejandría y El libro negro por la parte de Durrell, Los Trópicos y Primavera negra de Miller y un puñado de cartas que Henry intercambió con Durrell y Anaïs. También el apasionado diario de Anaïs en la época de París. No tengo noticia de que June escribiera nada.
Segunda premisa. La escritura como pornografía, como acto impúdico, como hiperestesia de los instintos naturales, exaltación del ritmo.
(A lo Raymond Carver).
- Oye, Larry, ¿seguro que aquí hay peces?
-La última vez que estuve aquí pesqué dos piezas de unos veinticinco centímetros, por poco atrapo uno el doble de grande
- No lo dudo, muchacho, pero hay muy poca agua.
- Ha bajado mucho el nivel, al menos tres metros.
- ¿Tres metros?
- No, tres metros no. Había más agua.
- Encenderé un pitillo.
Estamos en diciembre de 1939. Desconozco la temperatura que pudo haber en Corfú en aquella época. El registro fotográfico nos ofrece una imagen de un Miller calvo, posiblemente canoso y casi escuálido. A su lado Lawrence parece un adolescente tímido, flexiona las rodillas agarrándoselas con los brazos, los mechones húmedos le ocultan parcialmente la cara. Una ola les moja en el momento en que Henry, mira la cámara que inmortalizará su cuerpo, Larry mira al horizonte. Ambos están desnudos, Henry no tiene ningún reparo en mostrar su virilidad. La hipótesis del buen tiempo se ve reforzada por una carta de Henry Miller a Anaïs Nin fechada el 12 de enero de 1940, sobre el barco que le devolvía a América. Quizá sean las palabras más optimistas de toda su correspondencia. Lo último en desaparecer es la luz, la luz sobre las colinas, esa luz que nunca vi antes, que no podría imaginar de no haberla visto con mis propios ojos. ¡La increíble luz del Ática! Si no conservara más que su recuerdo sería suficiente. Esa luz representa para mí la culminación de mis propios deseos y experiencias. No sólo hace que uno se sienta integrado, en armonía, de acuerdo con la vida, sino que uno es reducido al silencio. Ésa es tal vez la más elevada experiencia que he conocido. Es una muerte, sin duda, pero una muerte que avergüenza a la vida.
- Henry
- ¿Sí, Larry?
- ¿En serio te follaste a todas esas mujeres?
(Sentadas en el borde de la cama con las faldas alzadas, te hacían un rápido reconocimiento, te escupían en la polla y se la colocaban ellas solas // Se sentó en el bidet a enjabonarse y estuvo hablando afable conmigo de esto y lo otro // No sentimos la menor pasión, ninguno de los dos. Y, por lo que se refiere a ella)
- En realidad eso no importa.
- Claro que no, Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
En la búsqueda de la fusión de erotismo y pornografía aparecen súbitamente errores de contacto, pequeños desajustes que imposibilitan en cierto modo el resultado deseado. Dos lecturas, dos escrituras (la de un cuento de Carver, la de los autores aquí tratados, expandida a su vez como un amplio panorama de referencias y textos) y una voluntad de fusión que provoca el roce. Lawrence Durrell, autor alabado por el propio Henry Miller a propósito del Libro negro, forzándose a una frase a todas luces desproporcionada
- Claro que no Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
Semejante estupidez en boca de un autor capaz de de líneas como estas: Estoy tramando una leyenda que sugiera la locura que nos ha creado en la tortuosidad, en la dislocación, en la falta. Somos una generación no nacida. Nacida muerta. Como cachorros ciegos buscamos el camino de retorno a la matriz, tratamos de borrar el conocimiento de nuestro nacimiento en falso con un acontecimiento nuevo, más glorioso, más primigenio. Hemos sido expelidos del útero ciegos y sin médula y nos arrastramos de vuelta a él, en una histérica regresión aterrorizada. Mira, me escondo en tu regazo con la boca, como un animal. Golpeo con los puños a las puertas del útero, aullando por retornar. Me encogería como un gusano y me arrastraría dentro milagrosamente, si pudiera, en cualquier parte, de cualquier modo.
- Claro que no, Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
Esa frase indiscreta, insultante, obliga a buscar un reajuste, a olvidarnos de Carver, a reformular el objetivo. A buscar otras palabras enviadas a Miller, un día de agosto de 1936. Hemos de suponer que recordadas durante este día de pesca, más de tres años después.
- Henry, sabes que aplaudo tu escritura, soy tu mejor lector, tú mismo me lo dijiste en tu primera carta.
- Mi mejor lector británico.
- Sí, cierto, tu mejor lector británico pero hay algo que no entiendo, hay algo que todavía no has conseguido aclararme, ¿tú quieres ser un escritor o solamente un tipo literario?
- Jajaja. Larry, así que vuelves con eso.
- Sabes que me parece importante. Yo mismo tuve que recurrir a Norden para desviar este problema pero no comprendo tu actitud. Resulta evidente que no pretendes satisfacer a un público convencional, rebosas una escritura fuerte, intensa, personal, pero, Henry, después de todo no haces otra cosa que proyectar una imagen de ti mismo. De un modo bastante singular pretendes convertirte en un tipo literario, en un modelo de escritor. Eso me desconcierta. Leo Capricornio y me reafirma en lo mismo. Estamos aquí pescando y tú te quejas de que no hay peces mientras buscas con los ojos una manzana o cualquier otra fruta que llevarte a la boca.
- No te equivoques Larry yo no estoy mirando ninguna manzana, hubo un momento en que decidí que sería escritor, solamente intento ser congruente con mi modelo de vida, no pienso renunciar, soy una persona íntegra.
- Eso no son más que frases, yo necesito una respuesta de verdad, sin evasivas, ¿pez o fruta? Sólo eso, Henry, ¿pez o fruta?
Así pues, nos imaginamos a Durrell y Miller un día frío del diciembre griego, quizá con algo de nieve entre las lindes del bosque, el fuerte abrigo, el sonido del paso militar llegando desde el norte y a sus espaldas, iluminado por un pretencioso rayo de luz, el tronco pelado de un árbol con dos hermosas manzanas colgando de sus brazos, una para cada uno.
- Estamos pescando, ¿no?
- Sí, estamos intentando pescar pero no paras de mirar aquel manzano.
- Perdóname Larry pero a mí me da exactamente igual ese manzano. Yo no tengo tratos con Eliot, solamente escribo.
- Eso es un golpe bajo y lo sabes, Eliot no tiene nada que ver con esto. Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
Los planteamientos se confunden, las hipótesis se crean y se destruyen con la velocidad de una frase: 1. El escritor como erógeta y el tipo literario como pornógrafo; 2. El texto como erotismo y el escritor como pornografía; 3. Erotismo en el lenguaje y pornografía en la historia; 4. El erotismo es la fruta y la pornografía es un pez; 5. El escritor emite una pornografía que erotiza al lector. Nuevos desajustes, frases sin explicar, contextos trivializados, una pregunta en el aire: ¿acaso es necesario describir, definir, diferenciar? Miller apagando su cigarrillo sobre el suelo húmedo mientras escucha una y otra vez las palabras de su amigo.
- Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
Y a través de ellas la dicotomización del mundo. ¿Escritor o tipo literario?, ¿pez o fruta?, ¿erotismo o pornografía?
- Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
pero entonces ¿qué?
- Somos escritores Henry…
15 de marzo de 1937 Henry Miller escribe a Lawrence a propósito del Libro negro, que había recibido con la posibilidad de arrojarlo al Sena si no hubiera llegado a satisfacerle: Su libro establece el puente. Eso para mí significa, como mínimo, que usted comprende que lo maravilloso no es un reino distinto, estático, intocado, por el que todos suspiramos y mediante le cual destruiremos un presente siempre presente, sórdido, desagradable e insostenible, sino que aquí y ahora (ésta era exactamente mi teoría) siempre podemos disponer de lo maravilloso, simplemente mediante el poder transformador del espíritu. El libro, aunque caótico y confuso en apariencia, algo así como una avalancha monótona, en realidad tiene una estructura tan sólida y formal como un diamante. Ocurre que, en lugar de utilizar el matinal mineralógico de los adoradores de la forma, usted emplea la materia plástica y viva de la matriz. Creo que ha unido tan perfectamente el significado y la expresión que explicarlo equivaldría a restar importancia a su obra. En El libro negro, ya no poetiza, ya no hace ni escribe versos. Hace un poema. Una obra como la suya demuestra lo inútil y absurdo que es escribir «poesía» en nuestra época. Una vez eliminada la poesía, lo único que queda por conseguir es el poema.
- Claro que somos escritores Larry, pero escribimos algo, escribimos para algo. No nos limitamos a escribir, nuestra escritura busca espacios, abre mundos, explica realidades. No pretendemos satisfacer sino convencer. Por eso pescamos, incluso en días como este.
- Pero y si pescáramos tan solo por entretenimiento, si pasara lo que pasara tuviéramos algo que comer en casa. Nuestra navidad no depende de este día de pesca. ¿Cómo podemos pescar realmente cuando no necesitamos pescar?
- Somos escritores Larry, tú mismo lo has dicho, pescar ha sido nuestra elección. El pescador debe armarse de paciencia, sus frutos no se anuncian pero alimentan más, todo lo que no haya obtenido con su caña será incapaz de alimentarle. Dos manzanas no pueden llenarnos el estómago. Por eso buscaste a Norden, tú no querías comer esa manzana. Eres un pescador Larry, los dos lo somos.
- No es tan fácil.
- Claro que no es tan fácil pero explícamelo tú. ¿Qué es lo que estamos haciendo, Larry? ¿Qué es lo que tú crees que estamos haciendo?
- No lo sé, eso es lo que trato de preguntarte.
- Estamos pescando, esto no es más que un día de pesca. A veces piensas demasiado, nuestro trabajo es escribir, nada más.
Poco a poco a luz abandona las colinas. Henry y Lawrence regresan a casa. Nancy les espera, una cena sencilla. A lo largo de diciembre habrá más tardes como esa, luego se separarán pero seguirán escribiendo. Muchas de sus líneas nos hablan de este día, de días como este. Buscan el poema, algo que permanezca fiel a los instintos del hombre. Cada uno propone su respuesta, hace que en su lenguaje relampagueen las aletas del Ática y las ramas del Dodecaneso, el ritmo de la vida en Alejandría y París. Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los lugares umbrosos, y ahora el viento penetrando en los grandes plátanos, escudriñándolos… // Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, aun en pleno caos. Desde el principio nunca fue sino caos.
_______
* publicado en Mombaça, nº4: Erotismo y pornografía. Salamanca, diciembre 2007

Un affaire planetario

todo se pierde, nada permanece, donde un día parece figurar una luz, no es imposible predecir una tiniebla, ¿qué queda del amor?, ¿cómo se lanzarán tus días?, sólo la soledad existe, la soledad es dolor de estar contigo, el ideal de la vida es vivirla lejos de la soledad que eres, esa es la razón del amor, el amor es la confianza en que un otro puede desapegarte de ti, la tristeza y la solemnidad del amor consiste en que sólo puede conseguirlo por una porción anulaticia de tiempo, su grandeza y felicidad radican en que puede conseguirlo, nada es definitivo, sólo la muerte sigue

Fragmentos de un viaje a Valencia

[Com Brandão]

Introductoria

·
Mientras le echo el diente a la empanada del Mercadona, pienso en el par de comienzos que en estas horas previas había ideado para la narración del viaje. Recuerdo un paquete en la estación del metro, las alusiones a Sabrina, La Celestina, los enanos y la aristocracia de la isla de Redonda. Recuerdo también la narración del origen Son las doce y cuarto de la mañana, acabo de asesinar a mi último diario, mis contactos en Barcelona no parecen dispuestos a emborracharse un miércoles pero quiero vivir una experiencia aprovechable [nótese el silogismo o rima intenrna -emborracharse-vivir-aprovechable-]. Todo ello podría alargarse hasta completar por sí mismo un texto de enormes dimesiones pero yo ya rechazo los auriculares que me ofrece la empleada de Renfe, observo los graffitis y los pisos de Sants. Una voz melosa me da la bienvenida a este tren Euromed con destino
·
Alicante
·
Para velar por nuestra comodidad nos ofrecerán el visionado de la película
·
Rocky Balboa
·
Yo me serviré de los cuentos completos de Cortázar, Esperando a Godot y el libro de Flaubert que me regalón Brandão. Él me estará esperando en la estación de Valencia.
·
Servicio de cafetería

·
Mar azul y tranquilo, arena naranja, palomas, roquedos intermitentes. Una mujer morena, probablemente sudamericana, llega al bar detrás de mí, me quito los auriculares por si quiere hablar, luego llega un tipo que se recuesta contra el cristal. Ella paga y se va, el tipo se levanta pero no compra nada, juega con el móvil, disimula, yo me pongo los auriculares.

·
Tomo nota para posibles localizaciones. En algún momento Víctor Matas, Lucila y el Brandão ficticio han podido pasar por aquí viajando en automóvil, o quizás hayan ido por el interior, vía Teruel y Cuenca, todavía debo decidirlo.

·
Soy incapaz de concentrarme en Flaubert. El sol ya me deslumbra con sus primeros amagos de horizontalidad. La camarera se parece a Charlize Theron en Noviembre dulce. Yo siempre quise hacer eso de un romance con final delimitado, leyendo cada día un capítulo de Rayuela pero estoy seguro de que antes de llegar al ¿Encontraría a la Maga? ya querría que el libro no se acabara nunca. Virtudes de Cortázar [aquí podría ir una lista pero no me atrevo].
·
Deben ser destacadas las enormes caídas y angulosidades de estas montañas que vigilan el mediterráneo, también cómo éste parece guiñarles un ojo con la multitud de espuma y reflejos que generan las olas desde más allá del horizonte. El mar es todo ojos / etc.

·
[No tan] ebrios versos

·
No puedo recordar nada
sólo las tablas de surf
convertidas en máscaras,
un saludo frustrado y el olvido.
Pero a pesar de todo
la nada se tambalea
y la vida rebosa,
intenta delimitar algo,
no sé qué...

·
Intento de narratividad

·
En realidad, no había nada, o sí, ¿quién sabe? Sí, había algo. El humo de un cigarrillo. Así, la historia podía empezar.
-Este lugar está lleno de gente peluda.
-¿Qué querías?
-No sé. Algo con glamour.
-Lentejuelas, por ejempo.
-Lentejuelas que destellan
bajo cualquier bombilla,
Michael Jordan, una partida
de Risk, el ventilador parado,
innecesario.
-En realidad somos parte de Blade Runner,
en este lugar lleno de juegos, de drogas,
de gente barbuda.
-Sí, eso es lo que somos, barbudos sin alma,
vendidos a las letras, a la pluma.

·
Frases sueltas

·
"Brandão, tienes que jugar al futbolín"
·
"No me des de comer de tu cuchillo"
·
"Eligen sucios compromisos evitando la verdad"
·
"Todo el deporte que no hice en mi infancia lo voy a hacer ahora con los ojos"
·
"Curra, curra, que para eso te pago"
·
Interrogación final

·
¿Por qué, durante un buen puñado de años, tuvo tanto éxito la música italiana?

·

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz –cualquiera...
__________________ Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía, transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

Ángel González, Mientras tú existas
Caía la noche sobre aquel París de antaño: /
cruzaban, lentos, la pasarela y encima del poniente /
lució la estrella del pastor. Jorge Spero giró con elegancia /
estrechando el talle de la sólida demi vierge. Señaló con el índice y aspiró a fondo: /
-Venus, planeta segundo, /
eravita a dieciocho millones de leguas del sol. /
(La joven Yclea, dulcemente, aprobaba; sonriendo /
entornaba pestañas pajizas.) /
______________ un tren expreso /
lanzado a la velocidad de sesenta y tres millas por hora /
tardaría siete años y medio en alcanzar aquel astro. /
____________________________________ Venus, insistió /
-Jorge se enardecía-, /
con una densidad de cuatro punto cincuenta y uno, /
desplaza cada dieciséis minutos un volumen de once trillones de toesas cúbicas; a Marte /
-rozaba Yclea con ocho dedos la barandilla del puente- /
Dicho expreso tardaría diecinueve años. -¿A Júpiter? –bisbiseó la hermosa /
desfalleciente mientras el sabio, volviéndola sin ceremonia, le buscaba en el pecho. /
-Cincuenta y dos años siete meses. -¿Saturno? /
-¡Ciento cuatro años! –y salvajemente la teta diestra. /
Yclea, mordiéndose los labios: -¿Neptuno? /
-¡Quinientos veintinueve y veintiséis semanas! /
(Spero se abalanzó. La joven bramó como un reno /
pero logró apoyar los codos en el pretil y apretar ambos puños.) –¿A la Polar, entonces? /
-¡Tres mil setecientos lustros! –Y él aferrado a las caderas, /
embestía frenético por detrás, ropa contra ropa, falda y miriñaques. /
-¿Aldebarán? /
-¡Trescientos nueve siglos! -¿Antares? –¡Ciento cuarenta /
y ocho mil años! (Ella oscilaba con el amado /
subido a su opulenta espalda /
y pataleando al aire) -¿…Sirio? –los dientes rechinaban. /
-¡Seiscientos treinta y cuatro mil bisnietos! –Jorge se restregaba con violencia, /
resoplaba en aquella nuca rubia. /
Unos deshollinadores hicieron alto para mirar a los novios. /
-¿Betelgeuse? -¿Cuál dices? –Betelgeuse. Alfa /
Orionis, pues. –¡Dos millones doscientos mil /
trimestres! –un académico los contemplaba distante a pocos pasos, /
cruzando hacia el Instituto, espadín y bicornio; /
Jorge, con un largo gemido, comenzó a resbalar /
hasta que las puntas de sus botines tocaron de nuevo el suelo. /
-¿Las Pléyades? –Suspiró la bella con alivio, mirando aún hacia el río, por si acaso. /
-Millón y pico… -ya él /
se corregía el gorro, peinaba con languidez los pliegues de su capa /
y ofrecía gentilmente el brazo a la blonda noruega. /
Creció la noche y en ella se perdieron, despacio, discretos.

Gerardo Deniz, Gani