Ventanero

Caminan de un lugar a otro, sin ninguna seriedad. Ella tiene una nariz de garbanzo, él los pantalones caídos. Cruzan la avenida una y otra vez, a veces pareciera que están buscando un taxi, otras que esperan una llamada importante. Quizás lo más extraño sea la naturalidad con la que se dan la mano cada vez que atraviesan. No se mueven de esta cuadra. Creo que si alguno de los dos tuviera uniforme sería difícil fijarse en ellos. Debe ser cosa de los uniformes, esa propensión a convertir lo excepcional en sumiso, aunque no sé si pueden llamarse excepcionales. Hay algo en la nariz de ella que la hace destacar un tanto, por lo demás tiene un andar cansino, nada sugerente. Supongo que vistos de cerca sus ojos deben ser bonitos. En cuanto a él, pelo corto y oscuro, ni gordo ni delgado, un tipo cualquiera. Ahora vuelven a atravesar hacia aquí, llegan a la acera y cruzan también la calle que hace esquina. Se dirigen al hotel de enfrente sin agarrarse las manos. No sé qué hacen, la verdad. Hay que estar muy aburrido para dar estos paseos a las cuatro de la tarde.

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