Jerusalén

No de la sangre ni de la salínosa agua del mar gobierno pareceres. Ambas son a mí lo mismo que yo a ellas: paisaje reducido a la condición de lugar. ¿Quién como yo habrá de convencer de la sagrada inocencia que equivale a verdad? Si hubiéramos de perecer pereceríamos bajo las mismas condiciones. Mas, mientras algo sea, nos mantendremos unidas en este panteón de lo nombrado en que a veces nos expugnan, a veces nos impugnan -¡tantos son los caminos!-, sin compasión, sin piedad.

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