Las tijeras de Timur
Esperando a los bárbaros
Anotación o cita
Tocqueville y el destino de los Estados Unidos

Saginaw
Nos preguntamos por qué singular regalo del destino, a nosotros, que habíamos podido contemplar las ruinas de imperios hacía ya largo rato fenecidos y deambular por desiertos de factura humana, a nosotros, hijos de un pueblo antiguo, nos había sido concedido el privilegio de ser testigos de una de las escenas del mundo primitivo y de ver la cuna todavía vacía de una gran nación. Allí no se trata de las previsiones más o menos azarosas de la sabiduría, sino de hechos tan ciertos como si ya hubieran sucedido. Dentro de pocos años, esos bosques impenetrables habrán sido talados, el ruido de la civilización y la industria turbará el silencio del Saginaw, haciendo enmudecer su eco... Los muelles aprisionarán sus riberas; sus aguas, que discurren hoy ignoradas y tranquilas a través de un desierto sin nombre, serán expulsadas de su cauce por la proa de los barcos. Cincuenta leguas superan todavía esta soledad de los grandes asentamientos europeos y nosotros somos quizá los últimos viajeros de Europa a los que ha sido concedido el privilegio de contemplarla en su primitivo esplendor. Tal es el impulso de la raza blanca hacia la conquista total de un nuevo mundo.
Es esta diea de destrucción, esta certeza de un cambio próximo e inevitable lo que, a nuestro parecer, confiere un carácter tan original y una belleza tan conmovedora a las soledades americanas. Uno las contempla con delectacón melancólica y, de alguna forma, se apresura a admirarlas. La idea del acabamiento de esta grandiosa y salvaje naturaleza se mezcla con las soberbias imágenes que produce la marcha triunfante de la civilización. Uno se siente orgulloso de ser hombre y al mismo tiempo siente una especie de amargo pesar por el poder que Dios no ha concedido sobre la naturaleza. El alma se siente agitada por ideas y pensamientos antagónicos, pero todas las impresiones que recibe son intensas y dejan una profunda huella.
Alexis de Tocqueville, Quince días en las soledades americanas, 1840
"serán expulsadas de su cauce por la proa de los barcos"
Osip Mandelstam
Hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas de los niños.
Tu regresaste también, así que bébete aprisa
El aceite de los faros fluviales de Leningrado.
Reconoce pronto el pequeño día decembrino,
Cuando la yema se mezcla a la brea funesta.
Petersburgo, todavía no quiero morir.
Tú tienes mis números telefónicos.
Petersburgo, yo aún tengo las direcciones
En las que podré hallar las voces de los muertos.
Vivo en la escalera falsa, y en la sien
Me golpea profunda una campanilla agitada.
Y toda la noche, sin descanso, espero la visita anhelada
Moviendo los grilletes de las puertas.
una nueva camada de animales de invierno.
Dedican sus horas a la nieve virgen
y a sus tablas de surf. Trazan estelas
entre los pinos. Su acrobacia agota
las posibilidades laterales
de la montaña. Cuando llegue el verano
a bordo de sus coches de colores intensos
buscarán una playa y el significado
de los nombres antiguos de los vientos.
Ahora sobre sus bocas carnosas
fosforece de vida el protector labial.
Navacerrada los recibe este fin de semana.
Ni siquiera sus horas vulgares son vulgares.
Es cierto que ya no son héroes
sino metáforas de héroes, pero
siguen desconociendo el color de la melancolía.
Como los meteoros
construyen y destruyen sus caminos.
En el bosque absoluto solamente la tarde
los encuentra. Se aturden en las sendas
nunca pisadas. Dejan
sus marcas esperando que nadie las transite
hasta que nuevos copos borren cualquier memoria.
Hemos de confiar en la hermosura
que no veremos nunca, en las sigmas efímeras
que escriben los surfistas de la nieve. Cursan
itinerarios imprevisibles
como los que dibujan las arterias
bajo la piel. Existen armonías
que no percibiríamos
sin las celebraciones
del arte pop. A veces
está muy lejos nuestra plenitud
del lugar que habitamos. Otros son
los que sustentan nuestros sueños. Ser
contemporáneos quiere
decir sólo que somos
simultáneos de todo nuestro tiempo.
Por eso algunos días
logran esta humildad insuperable. Apunto
estas líneas en una
caja de Telepizza. Son fragmentos de frases,
los periodistas de Madrid Directo
las dicen en la hora de poniente
enfocando las torres de una ciudad de fuego.
¿Es esto lo que siempre
se ha llamado belleza?
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz –cualquiera...
__________________ Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía, transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
cruzaban, lentos, la pasarela y encima del poniente /
lució la estrella del pastor. Jorge Spero giró con elegancia /
estrechando el talle de la sólida demi vierge. Señaló con el índice y aspiró a fondo: /
-Venus, planeta segundo, /
eravita a dieciocho millones de leguas del sol. /
(La joven Yclea, dulcemente, aprobaba; sonriendo /
entornaba pestañas pajizas.) /
______________ un tren expreso /
lanzado a la velocidad de sesenta y tres millas por hora /
tardaría siete años y medio en alcanzar aquel astro. /
____________________________________ Venus, insistió /
-Jorge se enardecía-, /
con una densidad de cuatro punto cincuenta y uno, /
desplaza cada dieciséis minutos un volumen de once trillones de toesas cúbicas; a Marte /
-rozaba Yclea con ocho dedos la barandilla del puente- /
Dicho expreso tardaría diecinueve años. -¿A Júpiter? –bisbiseó la hermosa /
desfalleciente mientras el sabio, volviéndola sin ceremonia, le buscaba en el pecho. /
-Cincuenta y dos años siete meses. -¿Saturno? /
-¡Ciento cuatro años! –y salvajemente la teta diestra. /
Yclea, mordiéndose los labios: -¿Neptuno? /
-¡Quinientos veintinueve y veintiséis semanas! /
(Spero se abalanzó. La joven bramó como un reno /
pero logró apoyar los codos en el pretil y apretar ambos puños.) –¿A la Polar, entonces? /
-¡Tres mil setecientos lustros! –Y él aferrado a las caderas, /
embestía frenético por detrás, ropa contra ropa, falda y miriñaques. /
-¿Aldebarán? /
-¡Trescientos nueve siglos! -¿Antares? –¡Ciento cuarenta /
y ocho mil años! (Ella oscilaba con el amado /
subido a su opulenta espalda /
y pataleando al aire) -¿…Sirio? –los dientes rechinaban. /
-¡Seiscientos treinta y cuatro mil bisnietos! –Jorge se restregaba con violencia, /
resoplaba en aquella nuca rubia. /
Unos deshollinadores hicieron alto para mirar a los novios. /
-¿Betelgeuse? -¿Cuál dices? –Betelgeuse. Alfa /
Orionis, pues. –¡Dos millones doscientos mil /
trimestres! –un académico los contemplaba distante a pocos pasos, /
cruzando hacia el Instituto, espadín y bicornio; /
Jorge, con un largo gemido, comenzó a resbalar /
hasta que las puntas de sus botines tocaron de nuevo el suelo. /
-¿Las Pléyades? –Suspiró la bella con alivio, mirando aún hacia el río, por si acaso. /
-Millón y pico… -ya él /
se corregía el gorro, peinaba con languidez los pliegues de su capa /
y ofrecía gentilmente el brazo a la blonda noruega. /
Creció la noche y en ella se perdieron, despacio, discretos.