¿Encontraría a Bolaño? (Viaje improvisado a la ciudad de Girona)

I
-Maldita puta -le dije.
-¿Puta?
Entonces me habló de Bolaño. Últimamente la gente habla mucho de Bolaño. A Brandão le gustaba Putas asesinas y yo le dije que si íbamos a Girona lo compraría. Fuimos a La Central del Raval y nos dijeron que lo tenían en la de l’Eixample. Quince minutos después estábamos en la estación de Passeig de Gràcia.
-Disculpe señora -pregunta Brandão-, ¿Sabe cuál es el tren que va a Girona?
-Mire, mire -sacando su horario de la media distancia-. El de las diecisiete treinta.
-Sí, pero en la pantalla no ponía Girona.
-Es ese -afirma una muchacha pequeña, pelirroja, enroscada en una palestina.
Entonces nos calmamos. Brandão abre el libro y comienza a leer por «Carnet de Baile»: Punto uno. Mi madre nos leía a Neruda en Quilqué, en Cauquenes, en Los Ángeles. Punto dos. Un único libro. Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
-No puede ser -interrumpo-. ¡Neruda no!
-Neruda tiene buenos poemas buenos.
-Sólo los de Residencia en la tierra.
-Los has leído todos.
-No.
Continuamos leyendo hasta que llegó el tren. La chica, luego nos lo confesó había observado que estábamos leyendo pero no conocía a Bolaño. Era una completa inculta literaria. Lara era actriz pero no conocía a la verdadera Lara, la de El doctor Zhivago. Brandão había leído a Pasternak y le había gustado pero ella debía su nombre al culto de los dioses lares. En un primer momento Brandão insistió en llamarla Clara, quizá para lisonjearla o por mero contraste. Brandão es un tipo oscuro, huidizo, no quiso darle su número de teléfono.
-Las historias hay que cerrarlas -explica-. No podemos quedarnos pendientes de una llamada. Debemos conocer otras personas.
Yo le di la razón.
Lara iba ya por el quinto tomo de su diario. Hablaba de ella en primera, segunda y tercera persona, incluía dibujos y conversaciones imaginarias. En él estaba escrito todo lo que nos pasaría a lo largo de la noche. Yo llevaba a Teillier en mi bolsillo porque era chileno, como Bolaño. Brandão llevaba a Murakami en la mochila, lo que es tanto como decir que Murakami arrastraba a Brandão en busca de una mujer espiritual -que no es lo mismo que perfecta- a la que regalarle el libro: ¡Oh mujer de inexistente cuerpo!
Según el diario manuscrito, ahora mismo estamos comiendo un bocadillo de serrano y patatas fritas en un bar del centro de Girona. Son las once de la noche y hace un frío terrible en la calle
-¿A qué hora cerrarán?
pero todavía confiamos en que la mujer perfecta, no, la espiritual, acabe apareciendo. La perfecta acaba de marcharse con un flaco de espíritu y gordo de cartera.
-¡Oh poeta!, ¿para qué te sirve la poesía?
De cualquier modo nosotros no somos más que letras en el diario de Lara. Pero los personajes se hacen a sí mismos, como (Brandão piensa su símil, aprovecho para recuperar la pluma que me había robado) cualquier engaño (¡al fin!). Somos dos locos en busca del fantasma de Bolaño, dos excusas perfectas para su primera obra de teatro, un monólogo con tres personajes, todo desde el punto de vista del espectador que se equivocó de tren.
-¡Eh! ¿Tenéis un cigarrillo?
-¿Y tú quién coño eres?
-Soy el quinquillero que te preguntó en el parque. ¿No te acuerdas?
-Ah, sí.
Brandão: Retratar lo que no sorprende, lo anodino, no es tema de la literatura, de la vida; es más bien un submundo,
(-Es bastante nazi lo que he escrito.
-No es nazi, no)
un paréntesis, un vacío, agujero negro de los hombres y la existencia que ellos crean al verla.
-Esto es una carrera de fondo Brandão, que la noche nos come.
Pero retomemos el hilo, demasiada paranoia.
-¡Paranoia, paranoia!
(Brandão: Luego dicen que la literatura es aburrida, serán gilipollas
-¡Joder, Brandão! Tenías razón, gilipollas se escribe con g)
Con el hilo se puede pescar, pero como no hay hilo…
Entramos en una librería para preguntar por el fantasma de Bolaño. Los empleados estaban hasta los huevos de trabajar en domingo. Acabamos complando un libro de Calasso sobre mitología hindú: «¿Quién es Ka?», se pregunta el inmenso pájaro Grauda sumergido entre la fronda del árbol Rahuina, al encontrarse este himno al final de un vheda.
-Lo grandioso de la literatura es que un tipo como Bolaño pudiese escribir sobre el tráfico de armas en África en una ciudad tan provinciana como esta.
-Vivió mucho tiempo en un camping. Lo dice Cercas en Salamina.
-El Cercas vende mucho en México. No, ese es Javier Marías.
-Javier Marías es una mierda.
-Sí.
Nosotros ni siquiera sabíamos si Bolaño estaba enterrado en Girona
-¿Y su fantasma? ¿Cómo son los fantasmas de ahora? -dice Brandão.
-Estás perdiendo la anécdota, no quiero reflexiones en este relato
-Girona es una escalera un tiovivo, ciudad hermosa.
-Pero esto no es una maldita poesía. Volvamos al tema.
-¿Y qué es?
-¿Qué es qué?
-¿Esto?
-Esto es una noche en Girona, una puta noche en Girona sin tener dónde dormir, persiguiendo el fantasma de Bolaño, sin el teléfono de Lara, con cinco latas de cerveza en la mochila y una ensalada de la tierra en el estómago.
-Molt bè, molt bè.
Así que paseamos por Girona, pero no mucho porque Brandão tenía unas ganas enormes de cagar. Se le parecía a Salamanca aunque como el estómago manda entramos en este bar donde escribimos.

II
En realidad sí había hilo. Ahora, ya en Sant Cugat, recién llegados de los Ferrocarrils de Catalunya y desayunando unas ensaimadas del Mercadona releemos la reseña de la primera mitad de la noche y descubrimos que la otra mitad la completa, la refleja, la explica, crea complejas simetrías fruto del mero azar.
Al llegar a Girona, aún dentro de la estación Brandão llamó la atención sobre una caja de cartón de apenas un metro cúbico que arrastraban un par de mujeres.
-En esa caja están los restos de Bolaño.
-Ya estás haciendo poesía, cabrón -le respondo.
Abatido por el peso de la noche Brandão se va a dormir. yo me quedo saltando de blog en blog, escuchando Chasin’ the trane, sin posibilidad de dormir a estas horas de la mañana (maldito sueño quisquilloso), preguntándome si continuar este relato de la noche pasada por las habas fritas y los cacahuetes que compramos en el chino de afuera de la estación, por el Bocatta que nos comimos sobre el río antes de que llegara el quinquillero o por la imagen de la fachada de las casas
(-Esto es como Florencia)
al cruzar alguno de los numerosos puentes de la ciudad. Lara ya no volverá a aparecer pero ahora que ninguno de los dos me vigila puedo decir que Brandão se arrepintió de no haber escrito su número de teléfono en aquel papel en el que sólo ponía:
“Roberto Bolaño: Putas asesinas
Los detectives salvajes
Por ir terminando un texto que se vuelve excesivo, presentaré brevemente tres manifestaciones de la intrincada madeja de hilo del relato y la noche.
Punto uno. La “maldita puta” del principio del relato es una rubia risueña que un una calle de El Raval se abalanzó sobre Brandão abrazándole al tiempo que le ofrecía una “mamadita”. Cuando fui a espantarla ella comenzó a decir: “no, es mi novio”. Lo quería todo para él. Mucho más tarde, cuando salimos del bar en el que se escribió la primera parte de este texto, siguiendo las indicaciones del quinquillero
(-¿Veis esa calle? Pues seguís todo recto hasta el final, donde hay un semáforo. ¿A la derecha? No ¿A la izquierda? Tampoco. Seguís todo recto. Pasáis una calle y a la siguiente a la derecha. Dos calles después hay un pub pero es complicado. Seguís a la izquierda y allí tenéis hasta las seis y seis y media)
encontramos el Zona-B. la puerta estaba cerrada pero se oía música. Empujamos y nos encontramos de golpe a un portero polaco de alrededor de dos metros, tres tipos en una barra, dos más en una mesa y a Jordi, el camarero, jugando a los dardos con otro de los consumidores en el fondo del bar. Nada más vernos, Jordi se puso detrás de la barra y nos invitó a dos chupitos de Absolut con menta. Le pedimos un par de cañas. Cuando llevábamos unos veinte minutos en el bar el polaco agarró unas llaves y cerró el local. Inmediatamente desaparecieron de las pantallas las imágenes de Padre de familia. Una rubia en bikini paseaba por una playa bajo el sello de Bangbross. Estuvo cerca de diez minutos haciendo muecas mientras le hacía una paja a una polla omnipresente.
-Esa es polaca -dice Jordi.
-A ver, a ver -reflexiona el portero-. Por esas tetas diría que sí. Sí, es polaca.
Los parroquianos respaldan la gracia a carcajadas. Yo improviso un elogio del valor poético de la pornografía que incomoda a Brandão. Poco después una morena folla con un tío en una ducha. Luego una gorda se sirve de un arnés para dar por culo a un tipo delgado mientras una menos gorda le saca brillo al sable. Luego una tía se la chupa a un transexual. Jordi nos invita a que vayamos con todos ellos a una discoteca de las afueras de la ciudad. Nos acabamos el tubo y salimos de allí. Siempre me he preguntado si es lícito considerar puta a una actriz porno. Después de todo no dejan de recibir un salario a cambio de sexo.
Punto dos. Cuando salimos del Zona-B vemos jaleo al final de la calle. La intuición de Brandão asegura que es mejor dar la vuelta a la manzana. Lo hacemos y cuando pasamos por la perpendicular descubrimos que nuestro quinquillero favorito está metido en la jarana.
-¿De dos en dos? Yo sólo me basto.
Se tira a abrazarnos.
-Sois buena gente -nos dice-. ¿Queréis coca? ¿Queréis coca? Claro que queréis.
Le decimos que no. Nos pide fuego. El mechero de Brandão no tiene gas. El quinquillero lo agarra, se da media vuelta y lo revienta contra el suelo.
-Tened mucho cuidado -nos dice-. Hay gente mala por aquí. Gente que mata. No es valiente el que muere -nos dice-. A veces vale más correr.
Y corriendo se enrosca de una rubia y se aleja gritando.
-Sois buena gente, sois buena gente.
Todo porque le dimos un euro para llamar a su peña. Buena gente, buena gente.
Punto tres. Haciendo caso de nuestro amigo quinquillero, decidimos que lo más seguro es ir a la estación. Son las tres y media o las cuatro de la mañana. El primer tren no sale hasta las seis. Cuando llegamos la puerta está cerrada. Mientras sopesamos la posibilidad de dormir en un cajero Brandão se da cuenta de algo.
-¡Es la caja con los restos de Bolaño! -grita entusiasmado.
Poéticamente la verdad era nuestra. Cogimos la caja y la colocamos en un rincón de la estación, protegida del viento. Nos metimos dentro. Sólo entonces Brandão recordó el lugar donde estaba enredada toda la madeja.
-En Putas asesinas hay un cuento en el que Bolaño presenta a su propio fantasma.
Ya no cabíamos en nosotros de tanta lucidez. Yo abrí la bolsa de cacahuetes mientras Brandão iluminaba el cuento con el móvil y comenzaba a leer: Tengo una buena y una mala noticia. La buena es que existe vida (o algo parecido) después de la vida. La mala es que Jean-Claude Villeneve es necrófilo.
Todo comenzaba a cuadrar. Estábamos metidos en una caja de cartón en la estación de tren de Girona leyendo un cuento de Bolaño en el que él estaba muerto y hablaba de Patrick Swaize y los fantasmas de ahora. Fuera las temperaturas bajo cero cubrían de escarcha helada la ciudad. Ya en el diario de Lara, ya dentro de una caja de cartón, ya en nuestra propia fantasía, nosotros éramos los fantasmas, los eficaces detectives que habían convertido un puñado de cáscaras de cacahuete en los últimos restos del escritor buscado. Habíamos vivido nuestra pequeña aventura, éxodo de catorce horas, duelo cara a cara con la suerte. El espíritu de Bolaño estaba con nosotros.

***

A UNA MUJER ESPIRITUAL QUE NO SEPA QUE LO ES
[Dedicatoria apócrifa para un libro horrible de Haruki Murakami]

Sabes, no, no lo sabes, que las ondas
van y vienen, vienen y van…
desesperadamente tuyas, desesperada-
mente, entre tus ojos blancos
y los ojos, no lo sabes, no,
son cuervos bailando el nevermore
delante de tus ojos, para siempre.
¡Oh tú mujer de inexistente cuerpo!

Veladas poéticas con Víctor B-M

SEGÚN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Según las sagradas escrituras,
todos tenemos el estigma de Caín,
a veces el estigma se presenta en la frente,
otras veces en los pies
-¡Cuánto busqué tus pies!-.
Si estuviera en tu pecho,
piénsalo,
-blancas gacelas
paciendo en un campo de azucenas.
Ya sea esto un bien o un mal
No siento que pudiera soportarlo.

***

SLALOM

Me gustan las patatas fritas,
las malas,
las que venden en cualquier supermercado,
las preferidas de los esquiadores.
Cuando te miro,
quiero llegar al fondo de la bolsa

***

HEMINGWAYANA

Si no tuvieras esos cinturones,
si tu piel no fuera un bolso
de channel,
me acercaría sin miedo.
Un cazador
Nunca teme el silencio de su presa.
Siempre sabe cuando dispararle.

***

CAFÉ DE LA ÓPERA (con la colaboración de Ruben Comeclavos y Mireia Non)

I
Va.
Be. Pero con uve.
La otra mañana
estaba yo
tó jodío.
Va. Venga.
Pero se fue.

II
Sale Juan Luis Panero.
El gran poeta es Juan Luis.
¡Es Leopoldo, ese!
Ay, hijo…
La madre dice:
Hostia, qué bueno.
Habla así, Leopoldo.
No hay ninguna escena.
Qué estamos haciendo aquí.

Largo do Carmo


Miro las hojas con una sincronía otoñal que hace tiritar la espada del guardia que tengo delante. En este momento debería comenzar a leer (Nasci em um tempo em que a maioria dos jovens haviam perdido a crença em Deus) pero la mistificación de los libros va más allá de su lectura y basta con tener el objeto ahí, cerrado, encima de la mesa, para que una gran parte de lo que quiso el autor se traslade hasta mí y pueda acercarme a ello mientras me sorba los mocos (estoy acatarrado, no tengo pañuelos), mire al policía o escriba cualquier cosa. Sin embargo no es fácil escribir, como tampoco es fácil mantener la posición de firmes en un escenario tan poco dado a la visión trascendental de las cosas o los actos. No hablo con rabia, ni nostalgia, me limito a vigilar las moscas sobre mi cabeza, descanso en esta plaza, miro como afianzan la bandera, escucho gente hablar en castellano, toser. Cosas del otoño, de Lisboa, de un domingo cualquiera. Sólo me ratifico, cualquier paraíso real es susceptible de tedio.

El canon occidental

Adolescentes de ojos fijos mirando solo al piso, bosques y bosques y más, calles polvorientas. Algo dentro, en la boca, pero fuera también, tranquilo y grande como un sol sin destino.

Al mundo sin fronteras le han atado un corsé y una guirnalda. Tiene la superficie de tu tarjeta de crédito.

Festival de literatura

Verde como cobre ya oxidado, decantándose en peso y pulsaciones, hondo lugar, perdida calle de la vida. Digo verde como humedad cansada, bien podrida, bien arrancada lejos de raíz. Verde como planta sin asiento, como pradera gris. Así verde. Morada también. Morada como noches sin dormir, como ginebra doble y solitaria, como amistad perdida que nunca fue amistad, como odiar lo que eres mirando desde fuera. Así morada. Verde. Morada. Verde. Morada. Verde. Morada. Verde.


1 de octubre de 2007

Libretas

Ojos a cientos me miran desde los siglos pasados, cuarenta yardas de nardos ya no entienden un reloj, cancioncillas, cisnes, ¿patrias? Un cartón que se rompe, escarabajos tus ojos (tan duros que al mirar golpean / tan negros que la luz absorben, tan libres que sin alas vuelan). ¿Será verdad que estas caricias? No juzgo las personas sino las acciones.
Pienso en amarillo: Tus pies tienen algo / de frontera inquebrantable / de península remota y tierra virgen / con cavernas angulosas y profundos manantiales / Tus pies tienen algo / primigenio y ancestral / destello acristalado / de un pasado submarino / etc., etc., 15 de febrero de 2003, hoy no ha llovido. Extravagador: “tono pesimista, reflexiones y desahogos de un ser apocado”. Une oasis d’horreur dans un désert d’ennui!
Puzzle, 25 de abril de 2005. Debió de haber claveles ayer noche (martes), pero no los encuentro, il naufragar m'è dolce in questo mare. ¿Qué les pasa a las caras de Lorenzetti? Caminamos sobre un puente sin anclaje, a nuestro alrededor la vida es un museo, nosotros no sabemos qué aplaudir. Lisboa cruelmente construída ao longo da sua própria ausencia. Ballard y el anarcominimalismo. Maiakovski. Recuerdo, sobre todo, la intensa sensación de ser extenso. Ibn Darach, sufismo libre, alguien me da un beso en la mejilla y descubro la importancia de las cosas pequeñas. Pura tarea e inexorable quehacer. ¡Frases, farsas, provocación vil! Continuidad horrible, sangre que corre. Un estruendo de olas contra los acantilados del deseo. La ginebra y Huitzilopochtli (3 de julio de 2005, luego, más veces). En la periferia de mí, donde se carda el viento con el viento. También el mar. Una complejidad que crece como vivir más alto, como aspirar a más. Otrora fui un parásito lingüístico, entre hogazas de pan y posos de vino, un hielo derretido en el zócalo donde descansaba el último individuo.
De nuevo en rojo y grande, 100 poemas más otros 23. Y el fuego de repente. ¿Y si fuera verdad? Conejitos, blancos, rosas, rojos y amarillos conejitos. Reuma, catarro y muerte, hara kiri por los labios, ai, la neu! Presenciamos el Apocalipsis de las bolas de nieve. Hay gente que se casa en el zoo y hay gente que se cansa de ver monos. Normas del Canon: hacerse abstemio al fracaso, declararle la guerra al hipérbaton y al tiramisú, facilitar el orden, reírse de la Basilisa, Barmon’s, comunicar, por favor, ¡comunicar! Una polilla que consigue escapar y crear el universo sobre una taza de café. Alguien que te da un teléfono y lo tacha. Largas noches de viernes, y de jueves, y de sábados y de lunes también, sobra decirlo. Noches horribles. Las luces yendo más rápido que la dicción. Los sueños de la razón producen monstruos. [Sic, que nadie dude]. A ese, verdaderamente, le falta un hervor. Nada ha sido real, nada.
[Continuará...]
***
18 de septiembre de 2007.
A partir de libretas anteriores al otoño de 2006

En defensa Murakami


Durante estos días de intenso papeleo parecía inaceptable no acordarse de Kafka. Sin embargo, más allá de perderme en castillo y pasajes de juzgados Kafka me remite directamente a la portada del último libro de Haruki Murakami.
Antes de viajar a México recorrí un par de veces las plantas dedicadas a la lectura en el Fnac de Callao. Aquel parecía ser el momento de Murakami con las listas de ventas protagonizadas por el gato verde de Kafka en la orilla. No hace falta que insista en mi afición por todo lo que sea frontera, periferia o extrarradio. Si a ello se suma la presencia de Kafka y aquellos enormes ojos iridiscentes persiguiéndome con su serenidad parecía imposible que me librara de aquella compara pero me libré. Para libros gruesos ya pensaba en Los detectives salvajes y al final fueron Julien Barnes y Reinaldo Arenas los que le acompañaron en mi viaje. A pesar de todo abandoné Madrid con la imagen inseparable de aquellos delgados bigotes y el golpeteo de las frases entrecortadas, forzadas a otro idioma, de mi primo Alejandro en honor de la literatura japonesa.
Pasados unos meses Mariel y yo tomábamos café en zócalo de Puebla. Creo que ella leía a Arenas o a Lawrence Durrell, quizás a ambos. Paseando sin rumbo encontramos una librería de viejo. Fue entonces cuando le regalé Justine así que debía estar leyendo sólo a Arenas. No recuerdo lo que leía yo pero allí estaba Murakami. Por detrás de la portada de Tokio blues. Norwegian Wood yo podía encontrar la esplendorosa figura del gato verde, las palabras de Alejandro, un orientalismo menos superficial que las Memorias de una geisha, mezclado con ritmos pop y música de trompeta. Lo compré.
Camino de Guanajuato llevaba en la mochila el libro de Murakami, uno de Sarduy y la antología de cuento estadounidense que había comprado en Donceles el día de mi cumpleaños. Murakami fue lo primero que abrí, alternando a la misteriosa Naoko con las enormes planicies del altiplano central. Creo que nunca olvidaré Guanajuato, lleno de cristos de palma el domingo de resurrección.
Ya en Zacatecas el libro me empezó a pesar. Se llenó de convencionalismos y tremendismo barato, incendios y azoteas, una joven acosadora, perversamente sexual. Comiendo chile relleno la mesera me preguntó qué leía. En vez de hablarle de Daniel Santos saqué apresuradamente el libro de mi bolso y se lo regalé al instante. Ya lo había terminado. La soledad del viaje comenzó a deprimirme, fueron los peores momentos de mi estancia en México.
Ahora recuerdo a aquella mesera que me quería invitar con miedo de su madre. Me pregunto qué pensaría de aquella historia enrevesada, del amigo que follaba por aburrimiento, de otro horrible final feliz tan a destiempo. Creo que al menos valía cuarenta pesos: buena editorial y bastante buen estado. Con Banana Yoshimoto me pasó algo parecido pero a pesar de todo hoy me acuerdo de ello. Esta es mi forma de defender a Murakami.

Octubre

Octubre es una proyección de la rutina, frijoles bayos a dos euros con quince, un crujir de plátanos y aceras, granizo con centímetro y medio de diámetro, un dolor de cabeza cuando te cae encima pero en realidad no. Octubre es algo largo e insistente. estavas a pensar que falaria de julho ou junho, março ou maio. Octubre detrás de una esquina, cuerpo de octubre, la rendición de Breda, un fin de semana en la ciudad, la estética de las salas de cine, cigarros en blanco y negro, gabardinas. Octubre, solitario, es un reptil, un mar que no se ve, un sueño breve repetido y repetido y otra vez. El viento que retrasa las palomas, alguien cruza deprisa, la sucesión de edificios mojados, de ventanas mojadas, de suspiros mojados, cafés sucios, alguien que no se ve, algo distante. Octubre como sueño, como el temperamento dulce de los muslos dormidos, octubre como eco. Lejanía de peces, triciclos esporádicos. Siempre es octubre. Octubre como meta, octubre como poso, como una intuición de madurez.
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fotografía Alfama - Lisboa
2006