Usos y costumbres

(ficción elaborada junto con Mariel Martínez en el Caffé Poeta de Cuernavaca el día 25 de marzo de 2010, durante una noche fresca en la que no había ningún lugar hacia el que ir)

Eran las once de la noche cuando Deménico golpeó el tarro vacío contra la tabla al contemplar a Gondola sacudir sus caderas tahitianamente sobre la barra del bar.

- A México -se dijo.

El bar estaba vacío. Ocho minutos después, acabado el show exótico, siguió a la bailarina hasta el baño.

- Oye tú -le espetó- ¡Vamos a México!

Góndola se volteó: chica menuda de rasgos afilados y mirada voraz.

- ¿Cómo?

- ¡México! ¡Carajo! ¿Qué no sabes dónde queda México, o qué chingados?

Ella guarda silencio. Se mira en el espejo colocándose el cabello detrás de la tiara. Le irritaban las ganas de mear, el borracho exigiéndole desde la puerta del baño. Sin dejar de sonreír acaba respondiéndole

- Aguántame cariño, me voy a hacer pipí.

Pasa un minuto, dos minutos, él se rasca la panza, se acomoda el calzón demasiado ajustado. ¿Qué diablos estará haciendo esa puta asquerosa? Se pregunta. México, qué carajos.

- ¿A México a qué, perdón? -aseadita Góndola, limpia, como recién salida del camerino para empezar a actuar.

- No pues vamos a ver a un amigo.

- ¿Por quién me has tomado? -se coquetea- ¿Con dos? ¿Y en México? NoNoNo, NoNoNoNoNó, NoNoNóNoNoNoNó.

- Ándale mona. Mira que te sabré recompensar.

Al fin salen a la calle. Doménico:

- ¿Cuál es tu carro?

Góndola:

- (silencio)

Doménico:

- ¿Ayúdame no? Hoy por ti, mañana por mí. Sin maíz no hay país, acuérdate. ¿Ya póntela no?

Góndola le mide el tiro. Bah, piensa, ni siquiera me han pagado por el show.

- El Brasilia canario -le responde.

Abre el bolso, rebusca, saca

latas de conserva

periquillos

flamencos

plantas artificiales

un aerosol

hasta encontrar las llaves

- Me agarraste de buenas, mano. Pero conste que pagas la gas.

Saca Doménico un fajo de billetes del bolsillo y exclama

- ¡Andiamo!

Góndola abre las puertas, suben enciende y queda Cuernavaca atrás como un resplandor de luces y un susurro de frenos.

- Oh, Gondolita, Gondolita. Es usted tan amable, tan amable. Tan amable es usted, Gondolita.

Veinte kilómetros más.

- Es tan amable Gondolita. Tan amable de veras. Tan amable

- Mmm.

- Tan amable.

Las luces de la gran urbe se levantan frente a ellos. Han cruzado montañas y treinta millones de imbéciles les saludan: ¡Oh, Valle de México! ¡Cuánto tardarás en pudrirte entre tus aguas fecales!

- Fecales, fecales, fecales-

- ¿Y por qué México, a todo esto?

- Un amigo.

- ¿Ah?

- Un amigo que se encuentra aquí. Una vez me dijo: Si el hombre pudiera decir y nada más, si el hombre pudiera decir ¡Ah, chingá! ¡Imagínate si pudiera decir! Si pudieras tú por ejemplo, aunque no seas hombre decir, ¿qué diablos?, a ver, qué.

- Un poco raro tu amigo. ¿Es un sabio?

- Ay, Gondolita, tan amable tú. ¡Es un maestro!

Se pierden en calles donde no habita nadie, jardines incapaces de conocer el sol, tal es el detritus del que se rodea el d.f. Piensan en volver, ¿pero volver? Vuelva quien tenga terminado el camino, familia que abrazar. Vuelva quien triunfe.

A las 6:24 paran en un Oxxo. Góndola se relame y dice:

- Quiero unos Krankis.

Doménico corresponde:

- Yo unos submarinos.

Ella lo mira incrédula.

- De fresa.

Mientras él se aleja se acomoda la falda y añade

- También unos condones.

Doménico se sonroja:

- ¿Por quién me has tomado?

Sale del establecimiento masticando un submarino, maldiciendo entre dientes por los recientes acontecimientos. Se sube al carro. Góndola maneja con cuidado, dejándose guiar. Poco tiempo después Doménico le grita:

- ¡Detente! Hemos llegado.

- ¿Aquí? -pregunta, consternada, la conductora.

Paredes manchadas: anuncios de conciertos, el Rayo de Jalisco contra La Parca Jr. y la puerta de barrotes alumbrada por los focos del Brasilia.

- ¡Ni hablar! Yo aquí me bajo -protesta Góndola.

Para Doménico todo este viaje no puede haber sido en vano. Salta al asiento de conductor, mete primera pisa a fondo si apartarse de la puerta, estrellando varias veces el auto hasta romper la cerradura del local.

- ¡Mi coche! -protesta Góndola. Y corre detrás de él, atravesando pasillos, cipreses, lápidas polvorientas y majestuosos arreglos de mentira.

Doménico detiene el coche frente a una tumba aislada. Allá, lejos, al fondo del enorme cementerio. Góndola arremete contra su figura, arrodillada frente a la la losa y murmurante.

- Ahora vas a ver -le grita enfurecida-. ¡Joto de mierda!

Gemidos de placer rompieron la luz de la aurora, mientras el primer rayo de sol, se reflejaba, insensible, en la tiara de Góndola.

10 de diciembre, 25 de marzo...

Hablo de lugares que no me pertenecen. De un pasaje en Oporto que iluminan los coches, de un rastro de la historia hablando de Porfirio en Guanajuato. Hablo de canicas perdidas en el habitáculo 68 del Fuerte de la Concepción, de los belenes vivientes de Plaza de los Bandos. Música escandinava en una larga noche inabarcable. Hablo de un anochecer en VíaVía, las palomas volando por el parque Lezama y una vieja ambulancia atravesando el Ghetto por una avenida ancha y solitaria. Hablo de quarks y música ligera, de lenguas circasianas, de peplos, de guijarros, versos que ya perdí y el tiempo que me lleva a un once de diciembre del que no espero nada. Y de angustias, de una idea perdida que no quiero eludir y ya se aleja. Todo el tiempo retumbando en medio de mis ojos. A veces lo llamo Adén, o Trieste, Samarcanda pero tan solo son nombres que cifran imposibles. Quisiera hablar de un libro en una calle arbolada, el cielo azul cubriendo, tal vez, un escritorio futuro en el que sentarme a pensar y el que hablar de mapas, de plazas y amuletos, del cerro de Potosí, la iglesia de los Remedios y Tlön y Uqbar y la vieja Ragusa de la que huyen los hombres llevándose a sí mismos en cantos y en tradiciones, y las chicas que salen de Columbia para tomar un pastel, apenas despegadas del sudor y el deporte y una costa y paz para hablar del oprobio y la miseria de ser hombre.

Anotación o cita

- Su historia es inverosimil.
- Como todas las demás. Igual que toda historia codificada o no a la que sólo damos crédito por pereza.

Cambios

Camino de Salamanca
Álvaro Mutis
Yo debí atravesar el Trópico como quien cruza un puente. A bordo de un bajel o un paquebote compartir la ponzoña y el aliento con oleadas de tábanos y damas de merced. Tal vez me asomé a un río, mastiqué una piraña largo tempo cocida y desde ahí regrese, atravesando cordilleras, a la bruma, la brea y el desierto. Soy dueño de un odre por el que pasa el agua, el llanto, el sol, el vino. Mira de dónde vienen las punzantes ijadas de la espera: de las costas febriles del sur, de los páramos altos arrasados de viento y mansedumbre, de algo que alguna vez fui yo y ahora es un regato donde agonizan fetos y simientes, de la estepa sangrante que cuaja leche y desconoce miel. Sírvase usted de esta herida moral que ya supura. Sea usted invitado al humilde banquete de mi casa. Por la mañna, las terneras menean su rabo bañado de rocío. Las piedras en el suelo fueron pasos de mozas al ir a buscar agua. Huele a espiga y a vid. No me digas, mujer, que equivoqué el camino.

Nieve en el Popocatépetl

Para los habitantes del Valle de México la nieve es una especie de animal extraño. Lejos de evocar ángeles bostonianos, muecos con ariz de zanahora alegres batallas blandas o románticos paseos a la vera del río, lo primero que les viene a la cabezaes la inseguridad del tacto, la inconsistencia mental de no saber cómo se siente la nieve. Aquí las respuestas son múltiples. Hay quien la imagina como arena húmeda, quien desespera por pasarle un dedo y llevárselo a la boca para degustar una panna fría y cristalina, quien piensa en una especie de hielo en polvo reunido de forma extraña bajo efecto de una especie de sortilegio entre magnético y viscoso. Es irresistible intentar malmeter, buscar una fascinación por la huella profunda bajo el peso del cuerpo que no llega siquiera a escucharse, tanta es la fascinación que guarda cada uno. Cierto es, la nieve tiene algo extraño. Tanto para los que la conocemos como para los que apenas son capaces de inventarle una textura con vaga imprecisión, despierta una terquedad infantil ante la que no hay razones: ni la amenaza de una madre ni la descripción más precisa e imposible.


Este extraño invierno, los largos días de lluvia dejaron, al apartarse, la imagen postalosa de todos los volcanes recubiertos con nieve: la dama tumbada y el Popo dulcemente vestidos como con trajes de boda, un breve sombrero blanco para la Malinche y, a lo lejos, al este, el Pico de Orizaba, perfectmente visible y a la vez enorme. No tardaron en proyectarse las ávidas excursiones. Unas al saturado Paso de Cortés, otras a las piernas o la cabeza de Iztaccíhuatl o a las faldas más transitables de la acogedora Malinche. Muy pocos, tal vez nadie, lograron alcanzar lo pretendido, apenas una brazada, un simple copo de la desconocida nieve. Se oyeron relatos de hielos sobre capós de coches, largos embotellamientos en los caminos de acceso y sobre todo imágenes, vídeos, fotografías, miradas añorantes al inevitable misticismo de la montaña y la nieve. Un volcán -como una pirámide- invoca a algo tal vez universal para el género humano. Una ambición por crecer, por vislumbrar el mundo como algo diminuto y abarcable, estar más cerca también del sol y de los astros, romper, en definitiva, con un molde animal que a la ambiciosa razón le parece postizo y despreciable. En su perfección geométrica el volcán adelanta a la montaña y su magnitud ridiculiza y acompleja a la mayor pirámide. Por eso la blancur del volcán puede llegar a alegrarnos y nos haga, quizás, sentir más libres, mejores.

Hoy salgo a pasear y veo humeando al Popocatépetl. Para mi sorpresa, la nieve de la boca del volcán va adquiriendo la oscura tonalidad de la ceniza. Ahora soy yo quien desconoce esa nieve que el calor y la actividad de los intestinos de la Tierra irán convirtiendo sucesivamente en escarcha de ceniza, barro oleoginoso y humedad retractada bajo un subsuelo estéril. No quiero imaginar que todo ello implique algo, el reverso de esta moneda me parece estúpido. Subo a un autobús lleno de colegiales, admiro el sol de media tarde con todo su esplendor y me digo que nada de esto real y quiero comer algo.