Un día de pesca con Henry y Lawrence*

En serio, ¿pez o fruta?

París, años 30. Antes de comenzar fijemos un epicentro para este cuarteto de pasiones, esta crucifixión bañada en semen, este enorme diario de bailes de salón y luces mediterráneas. La acción transcurre en Corfú. Henry y Larry comparten un día de pesca desde lo alto del muelle, se plantean cuándo podrán ir a Creta. Muy lejos de allí, en Nueva York, Anaïs y June probablemente no se vean o no se hayan visto o no vuelvan a verse nunca más. Otto Rank se viste de señorita, intenta analizar unos hechos que probablemente nadie le haya contado, que puede haber recibido transformados en literatura o tal vez nunca hayan llegado a suceder.
Primera premisa. Sólo considerando la lectura como un acto de erotismo es posible abarcar la totalidad de la bibliografía de estos tres grandes autores del siglo. Yo tan solo he llegado al Cuarteto de Alejandría y El libro negro por la parte de Durrell, Los Trópicos y Primavera negra de Miller y un puñado de cartas que Henry intercambió con Durrell y Anaïs. También el apasionado diario de Anaïs en la época de París. No tengo noticia de que June escribiera nada.
Segunda premisa. La escritura como pornografía, como acto impúdico, como hiperestesia de los instintos naturales, exaltación del ritmo.
(A lo Raymond Carver).
- Oye, Larry, ¿seguro que aquí hay peces?
-La última vez que estuve aquí pesqué dos piezas de unos veinticinco centímetros, por poco atrapo uno el doble de grande
- No lo dudo, muchacho, pero hay muy poca agua.
- Ha bajado mucho el nivel, al menos tres metros.
- ¿Tres metros?
- No, tres metros no. Había más agua.
- Encenderé un pitillo.
Estamos en diciembre de 1939. Desconozco la temperatura que pudo haber en Corfú en aquella época. El registro fotográfico nos ofrece una imagen de un Miller calvo, posiblemente canoso y casi escuálido. A su lado Lawrence parece un adolescente tímido, flexiona las rodillas agarrándoselas con los brazos, los mechones húmedos le ocultan parcialmente la cara. Una ola les moja en el momento en que Henry, mira la cámara que inmortalizará su cuerpo, Larry mira al horizonte. Ambos están desnudos, Henry no tiene ningún reparo en mostrar su virilidad. La hipótesis del buen tiempo se ve reforzada por una carta de Henry Miller a Anaïs Nin fechada el 12 de enero de 1940, sobre el barco que le devolvía a América. Quizá sean las palabras más optimistas de toda su correspondencia. Lo último en desaparecer es la luz, la luz sobre las colinas, esa luz que nunca vi antes, que no podría imaginar de no haberla visto con mis propios ojos. ¡La increíble luz del Ática! Si no conservara más que su recuerdo sería suficiente. Esa luz representa para mí la culminación de mis propios deseos y experiencias. No sólo hace que uno se sienta integrado, en armonía, de acuerdo con la vida, sino que uno es reducido al silencio. Ésa es tal vez la más elevada experiencia que he conocido. Es una muerte, sin duda, pero una muerte que avergüenza a la vida.
- Henry
- ¿Sí, Larry?
- ¿En serio te follaste a todas esas mujeres?
(Sentadas en el borde de la cama con las faldas alzadas, te hacían un rápido reconocimiento, te escupían en la polla y se la colocaban ellas solas // Se sentó en el bidet a enjabonarse y estuvo hablando afable conmigo de esto y lo otro // No sentimos la menor pasión, ninguno de los dos. Y, por lo que se refiere a ella)
- En realidad eso no importa.
- Claro que no, Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
En la búsqueda de la fusión de erotismo y pornografía aparecen súbitamente errores de contacto, pequeños desajustes que imposibilitan en cierto modo el resultado deseado. Dos lecturas, dos escrituras (la de un cuento de Carver, la de los autores aquí tratados, expandida a su vez como un amplio panorama de referencias y textos) y una voluntad de fusión que provoca el roce. Lawrence Durrell, autor alabado por el propio Henry Miller a propósito del Libro negro, forzándose a una frase a todas luces desproporcionada
- Claro que no Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
Semejante estupidez en boca de un autor capaz de de líneas como estas: Estoy tramando una leyenda que sugiera la locura que nos ha creado en la tortuosidad, en la dislocación, en la falta. Somos una generación no nacida. Nacida muerta. Como cachorros ciegos buscamos el camino de retorno a la matriz, tratamos de borrar el conocimiento de nuestro nacimiento en falso con un acontecimiento nuevo, más glorioso, más primigenio. Hemos sido expelidos del útero ciegos y sin médula y nos arrastramos de vuelta a él, en una histérica regresión aterrorizada. Mira, me escondo en tu regazo con la boca, como un animal. Golpeo con los puños a las puertas del útero, aullando por retornar. Me encogería como un gusano y me arrastraría dentro milagrosamente, si pudiera, en cualquier parte, de cualquier modo.
- Claro que no, Henry, ¿pero te las follaste o no te las follaste?
Esa frase indiscreta, insultante, obliga a buscar un reajuste, a olvidarnos de Carver, a reformular el objetivo. A buscar otras palabras enviadas a Miller, un día de agosto de 1936. Hemos de suponer que recordadas durante este día de pesca, más de tres años después.
- Henry, sabes que aplaudo tu escritura, soy tu mejor lector, tú mismo me lo dijiste en tu primera carta.
- Mi mejor lector británico.
- Sí, cierto, tu mejor lector británico pero hay algo que no entiendo, hay algo que todavía no has conseguido aclararme, ¿tú quieres ser un escritor o solamente un tipo literario?
- Jajaja. Larry, así que vuelves con eso.
- Sabes que me parece importante. Yo mismo tuve que recurrir a Norden para desviar este problema pero no comprendo tu actitud. Resulta evidente que no pretendes satisfacer a un público convencional, rebosas una escritura fuerte, intensa, personal, pero, Henry, después de todo no haces otra cosa que proyectar una imagen de ti mismo. De un modo bastante singular pretendes convertirte en un tipo literario, en un modelo de escritor. Eso me desconcierta. Leo Capricornio y me reafirma en lo mismo. Estamos aquí pescando y tú te quejas de que no hay peces mientras buscas con los ojos una manzana o cualquier otra fruta que llevarte a la boca.
- No te equivoques Larry yo no estoy mirando ninguna manzana, hubo un momento en que decidí que sería escritor, solamente intento ser congruente con mi modelo de vida, no pienso renunciar, soy una persona íntegra.
- Eso no son más que frases, yo necesito una respuesta de verdad, sin evasivas, ¿pez o fruta? Sólo eso, Henry, ¿pez o fruta?
Así pues, nos imaginamos a Durrell y Miller un día frío del diciembre griego, quizá con algo de nieve entre las lindes del bosque, el fuerte abrigo, el sonido del paso militar llegando desde el norte y a sus espaldas, iluminado por un pretencioso rayo de luz, el tronco pelado de un árbol con dos hermosas manzanas colgando de sus brazos, una para cada uno.
- Estamos pescando, ¿no?
- Sí, estamos intentando pescar pero no paras de mirar aquel manzano.
- Perdóname Larry pero a mí me da exactamente igual ese manzano. Yo no tengo tratos con Eliot, solamente escribo.
- Eso es un golpe bajo y lo sabes, Eliot no tiene nada que ver con esto. Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
Los planteamientos se confunden, las hipótesis se crean y se destruyen con la velocidad de una frase: 1. El escritor como erógeta y el tipo literario como pornógrafo; 2. El texto como erotismo y el escritor como pornografía; 3. Erotismo en el lenguaje y pornografía en la historia; 4. El erotismo es la fruta y la pornografía es un pez; 5. El escritor emite una pornografía que erotiza al lector. Nuevos desajustes, frases sin explicar, contextos trivializados, una pregunta en el aire: ¿acaso es necesario describir, definir, diferenciar? Miller apagando su cigarrillo sobre el suelo húmedo mientras escucha una y otra vez las palabras de su amigo.
- Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
Y a través de ellas la dicotomización del mundo. ¿Escritor o tipo literario?, ¿pez o fruta?, ¿erotismo o pornografía?
- Somos escritores, Henry, se trata solamente de escribir.
pero entonces ¿qué?
- Somos escritores Henry…
15 de marzo de 1937 Henry Miller escribe a Lawrence a propósito del Libro negro, que había recibido con la posibilidad de arrojarlo al Sena si no hubiera llegado a satisfacerle: Su libro establece el puente. Eso para mí significa, como mínimo, que usted comprende que lo maravilloso no es un reino distinto, estático, intocado, por el que todos suspiramos y mediante le cual destruiremos un presente siempre presente, sórdido, desagradable e insostenible, sino que aquí y ahora (ésta era exactamente mi teoría) siempre podemos disponer de lo maravilloso, simplemente mediante el poder transformador del espíritu. El libro, aunque caótico y confuso en apariencia, algo así como una avalancha monótona, en realidad tiene una estructura tan sólida y formal como un diamante. Ocurre que, en lugar de utilizar el matinal mineralógico de los adoradores de la forma, usted emplea la materia plástica y viva de la matriz. Creo que ha unido tan perfectamente el significado y la expresión que explicarlo equivaldría a restar importancia a su obra. En El libro negro, ya no poetiza, ya no hace ni escribe versos. Hace un poema. Una obra como la suya demuestra lo inútil y absurdo que es escribir «poesía» en nuestra época. Una vez eliminada la poesía, lo único que queda por conseguir es el poema.
- Claro que somos escritores Larry, pero escribimos algo, escribimos para algo. No nos limitamos a escribir, nuestra escritura busca espacios, abre mundos, explica realidades. No pretendemos satisfacer sino convencer. Por eso pescamos, incluso en días como este.
- Pero y si pescáramos tan solo por entretenimiento, si pasara lo que pasara tuviéramos algo que comer en casa. Nuestra navidad no depende de este día de pesca. ¿Cómo podemos pescar realmente cuando no necesitamos pescar?
- Somos escritores Larry, tú mismo lo has dicho, pescar ha sido nuestra elección. El pescador debe armarse de paciencia, sus frutos no se anuncian pero alimentan más, todo lo que no haya obtenido con su caña será incapaz de alimentarle. Dos manzanas no pueden llenarnos el estómago. Por eso buscaste a Norden, tú no querías comer esa manzana. Eres un pescador Larry, los dos lo somos.
- No es tan fácil.
- Claro que no es tan fácil pero explícamelo tú. ¿Qué es lo que estamos haciendo, Larry? ¿Qué es lo que tú crees que estamos haciendo?
- No lo sé, eso es lo que trato de preguntarte.
- Estamos pescando, esto no es más que un día de pesca. A veces piensas demasiado, nuestro trabajo es escribir, nada más.
Poco a poco a luz abandona las colinas. Henry y Lawrence regresan a casa. Nancy les espera, una cena sencilla. A lo largo de diciembre habrá más tardes como esa, luego se separarán pero seguirán escribiendo. Muchas de sus líneas nos hablan de este día, de días como este. Buscan el poema, algo que permanezca fiel a los instintos del hombre. Cada uno propone su respuesta, hace que en su lenguaje relampagueen las aletas del Ática y las ramas del Dodecaneso, el ritmo de la vida en Alejandría y París. Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los lugares umbrosos, y ahora el viento penetrando en los grandes plátanos, escudriñándolos… // Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, aun en pleno caos. Desde el principio nunca fue sino caos.
_______
* publicado en Mombaça, nº4: Erotismo y pornografía. Salamanca, diciembre 2007

No hay comentarios: