[I’M] LOSING [MORE THAN [I] NEVER]

Así todo parece indicar [puesto] que es imprevisible una secesión de argumentos interpretativos [in]capaces de alcanzar una dinámica propia por la que pueda avanzarse en una trayectoria definida por las coordenadas estructurales / argumentales / equidistantes como somos de todo cuanto existe [hoy] será posible avanzar hacia un recodo ambiguo en el que [tú y yo] atravesamos estrechos recorridos que fueron o son [once veces] [caídos] [bajo] la superficie trabada de los bajos del coche en el que alguien besó como si fuera lo único que pudiera hacerse en ese momento [de pálida incertidumbre] en el que tú y yo amansados por la petrificada imagen de las colinas devastadas por el tiempo que fluye hacia una inconexa capacidad de suponer este punto [exacto] en el que tú y yo saliendo de alguna ingenua complicidad decidimos que ha sido bastante y nada podrá devolvernos [otra vez] al lugar en el que [una noticia] nos sorprendió de golpe agazapados incorruptos marmóreos murmurantes [son los [bellos] atardeceres] [en que] impúberes o apenas púberes [suelen recorrer la playa] bosquejos de algo que todavía no es para la muerte y en ese momento un rayo intersticial atravesando al cielo les fulmina sin que haya forma alguna de evitar lo que [de cualquier modo] apenas importa ni condiciona [otra cosa que] el instante o presagio o fugaz valoración en que caemos bajo el influjo permanente de una vigorosa obscenidad que se presenta ante los ojos [en forma de] eyaculación precoz [y nada más salir] toda la ciudad parece desvanecerse o registrarse en un ámbito [distinto] del que puede insinuarse que no es ciudad y es no obstante algo [que sin ser ciudad] es y siendo permanece pero no allí sino en otro punto cuestionablemente idéntico pero [en esencia] debería decirse que tan solo [similar como similares] [son las horas en las que] tú y yo capaces [como fuimos] de destruir el tiempo acabamos por conformarnos [con permanecer]

Como permanecen [los pájaros] encima de una piedra [he de recordar] estos momentos en los que nada parece [implicarme] y pretendo a pesar de ello recubrir la escena en [la que se desarrolla] cierta endémica propensión al método [cabalístico] desde el cual es posible confundir una mañana el castillo [desde el cual pueden observarse [al fondo] decenas de personas] [con] un caballo que pasta junto al arroyo moviendo [con el hocico] piedras que van al agua [que no he de beber] más de lo que [en un sentido estricto] sea [recomendable rechazar] si es que puede algo [rechazarse] [en modo alguno] por aquellos montes [podrían] aparecer [aparecer] [aparecer][á] [ha de aparecer] entonces [[todos] comenzamos a correr] y cualquiera que estuviera en condiciones de observar [el espectáculo] exclamaría

[¡Están locos!]

[¡Todos están locos!]

[¡Apiádense de sus corazones!]

[¡Destruyan sus corazones!]

Alimentémonos con el fruto perdido

Está allí creyendo que eso es lo que [es que] estar allí es lo que es porque [está] de ese modo es y sólo [de] ese [modo] [es] posible ser [porque] más allá [no existe nada] no existe [la muerte] impoluta conceptual la muerte [no es] ni está [por lo que] podría decirse que [allí] [sigue y] seguirá estando [siempre] del mismo modo [el] que no sabía [estar en] que creía [que estaba] y de hecho está [en este mismo momento] sin [que haya] otra posibilidad

Jerusalén

No de la sangre ni de la salínosa agua del mar gobierno pareceres. Ambas son a mí lo mismo que yo a ellas: paisaje reducido a la condición de lugar. ¿Quién como yo habrá de convencer de la sagrada inocencia que equivale a verdad? Si hubiéramos de perecer pereceríamos bajo las mismas condiciones. Mas, mientras algo sea, nos mantendremos unidas en este panteón de lo nombrado en que a veces nos expugnan, a veces nos impugnan -¡tantos son los caminos!-, sin compasión, sin piedad.

Juicios a la misantropía

Odio tanto a cada hombre como amo la historia y las obras de la humanidad entera. Podría desarrollarse una idea comunitarista para reconciliarnos con nosotros mismos, algo que nada tenga que ver con paternalismos beatíficos ni con una absurda idealidad que ni caga ni mea. Hay belleza en las torres que protegen del invasor y en las aspilleras que se proponen matarle. No en el asesino ruin que dispara la flecha, ya sea con rabia o sea temeroso. Tal vez sea la inteligencia, la expectativa humana, la que merezca el amor, esa sorpresa de Coetzee ante el torturador que vuelve a casa para cenar con sus hijos. No el torturador ni el torturado, la sorpresa.

Que farei quando tudo arde?


se pregunta Lobo Antunes, citando a un poeta del S. XVI. A lo largo de todos estos siglos Sá de Miranda ha observado los avances del tiempo sobre de la Puerta Especiosa de la catedral vieja de Coimbra. Lentamente, el aire ha ido apropiándose de los medallones hasta convertir los refinados rostros en desesperados gritos de un desvanecimiento fatal. Dentro, tres águilas bicéfalas que fueron bizantinas, austrohúngaras, serbias, toledanas y rusas, vigilan el reposo de Doña Vetaça, una princesa bizantina que presa de las telarañas políticas de la Edad Media europea acompañó los desvelos de una santa, escuchó las cantigas de un rey y mandó edificar una iglesia en Sines -donde se salvó de un naufragio y descubrió Portugal- que el gran descubridor, Vasco da Gama se encargaría de reconstruir tras su viaje a la India.

Yo respondo: Escribe. Haz que el corazón pase por encima del mundo.

Language City

De esta sucia ciudad sólo recuerdo un nombre que no contiene nada. Ella no es un hogar aunque puedo reconocer en mí un deseo de haberla sentido o de sentirla de nuevo cotidiana. Pero, ¿qué he de hacer allí?, ¿al otro lado de qué puertas podré sentirme propio? No hay comunicación posible entre esta ciudad y yo. Espero con igual ansiedad la llegada y la huida.

Las tijeras de Timur

Timur ejercitaba un juego al que no todos tienen acceso. Timur señaló los límites de las posibilidades del hombre, mostró lo que después descubriría Dostoyevski: que el hombre lo puede todo. Su obra se puede expresar con la frase de Saint-Exupéry: "Lo que yo hice, nunca lo hubiera hecho un animal". En lo bueno y en lo malo. Las tijeras de Timur tenían dos brazos: el de la creación y el de la destrucción. Estos son los brazos de la actividad de cad hombre. Sólo que habitualmente estas tijeras están apenas abiertas. Las de Timur, en cambio lo estaban hasta el máximo.

Ryszard Kapuscinski, «El billar en la mezquita de Bujara» en Las botas (La guerra del fútbol)

àporoi

Somos el cereal, el pasto, el multitudinario río de huevos de esturión y también aquel bar en Inglaterra en el que una muchacha salta con sonrisas y cola de caballo. Venimos del este, de donde no existe el mar. Habitamos los ojos del joven que atraviesa Paral·lel acelerando su moto esta noche cualquiera. Pervivimos así, vueltos máscara y nombre de otro pueblo, otro dios. Hay quien llevando un lazo y un sombrero se acuerda de nosotros sin que pueda siquiera sospecharlo. Así hay quién nos mira de lado y especula
-Mira, cómo se deshace esa gente.
-Cómo vive.
-Cómo llega rompiendo, quebrando pervirtiendo.
Y se llora, se gime, se vuelve un poquito atrás como si eso pudiera eliminarnos.
Nosotros somos la espada y la pared. Hemos llegado hasta aquí porque somos aquello que nos teme y deforma: la mujer serpiente de los bosques de Hilea, el sahumerio hilarante que acalla la congoja, la cimitarra, la roca en la que no se sentaba el sapa inca, el peligro que recorre Europa en un caballo o un tren. Por más que lo pretendan no podrán ser peores que nosotros porque estamos en ellos. Bebemos la misma sangre que sus labios añoran, la misma libertad. Nuestra victoria es el cielo abierto sobre nuestras cabezas, la línea del horizonte, la máscara que no llevamos y en nosotros se quieren colocar. Y tal vez no haya más que decir al respecto. Sentarse en una calle a mirar nuestros pasar. Alzarse. Caminar.

Esperando a los bárbaros

Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia ya conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios solo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era.

J.M. Coetzee

Usos y costumbres

(ficción elaborada junto con Mariel Martínez en el Caffé Poeta de Cuernavaca el día 25 de marzo de 2010, durante una noche fresca en la que no había ningún lugar hacia el que ir)

Eran las once de la noche cuando Deménico golpeó el tarro vacío contra la tabla al contemplar a Gondola sacudir sus caderas tahitianamente sobre la barra del bar.

- A México -se dijo.

El bar estaba vacío. Ocho minutos después, acabado el show exótico, siguió a la bailarina hasta el baño.

- Oye tú -le espetó- ¡Vamos a México!

Góndola se volteó: chica menuda de rasgos afilados y mirada voraz.

- ¿Cómo?

- ¡México! ¡Carajo! ¿Qué no sabes dónde queda México, o qué chingados?

Ella guarda silencio. Se mira en el espejo colocándose el cabello detrás de la tiara. Le irritaban las ganas de mear, el borracho exigiéndole desde la puerta del baño. Sin dejar de sonreír acaba respondiéndole

- Aguántame cariño, me voy a hacer pipí.

Pasa un minuto, dos minutos, él se rasca la panza, se acomoda el calzón demasiado ajustado. ¿Qué diablos estará haciendo esa puta asquerosa? Se pregunta. México, qué carajos.

- ¿A México a qué, perdón? -aseadita Góndola, limpia, como recién salida del camerino para empezar a actuar.

- No pues vamos a ver a un amigo.

- ¿Por quién me has tomado? -se coquetea- ¿Con dos? ¿Y en México? NoNoNo, NoNoNoNoNó, NoNoNóNoNoNoNó.

- Ándale mona. Mira que te sabré recompensar.

Al fin salen a la calle. Doménico:

- ¿Cuál es tu carro?

Góndola:

- (silencio)

Doménico:

- ¿Ayúdame no? Hoy por ti, mañana por mí. Sin maíz no hay país, acuérdate. ¿Ya póntela no?

Góndola le mide el tiro. Bah, piensa, ni siquiera me han pagado por el show.

- El Brasilia canario -le responde.

Abre el bolso, rebusca, saca

latas de conserva

periquillos

flamencos

plantas artificiales

un aerosol

hasta encontrar las llaves

- Me agarraste de buenas, mano. Pero conste que pagas la gas.

Saca Doménico un fajo de billetes del bolsillo y exclama

- ¡Andiamo!

Góndola abre las puertas, suben enciende y queda Cuernavaca atrás como un resplandor de luces y un susurro de frenos.

- Oh, Gondolita, Gondolita. Es usted tan amable, tan amable. Tan amable es usted, Gondolita.

Veinte kilómetros más.

- Es tan amable Gondolita. Tan amable de veras. Tan amable

- Mmm.

- Tan amable.

Las luces de la gran urbe se levantan frente a ellos. Han cruzado montañas y treinta millones de imbéciles les saludan: ¡Oh, Valle de México! ¡Cuánto tardarás en pudrirte entre tus aguas fecales!

- Fecales, fecales, fecales-

- ¿Y por qué México, a todo esto?

- Un amigo.

- ¿Ah?

- Un amigo que se encuentra aquí. Una vez me dijo: Si el hombre pudiera decir y nada más, si el hombre pudiera decir ¡Ah, chingá! ¡Imagínate si pudiera decir! Si pudieras tú por ejemplo, aunque no seas hombre decir, ¿qué diablos?, a ver, qué.

- Un poco raro tu amigo. ¿Es un sabio?

- Ay, Gondolita, tan amable tú. ¡Es un maestro!

Se pierden en calles donde no habita nadie, jardines incapaces de conocer el sol, tal es el detritus del que se rodea el d.f. Piensan en volver, ¿pero volver? Vuelva quien tenga terminado el camino, familia que abrazar. Vuelva quien triunfe.

A las 6:24 paran en un Oxxo. Góndola se relame y dice:

- Quiero unos Krankis.

Doménico corresponde:

- Yo unos submarinos.

Ella lo mira incrédula.

- De fresa.

Mientras él se aleja se acomoda la falda y añade

- También unos condones.

Doménico se sonroja:

- ¿Por quién me has tomado?

Sale del establecimiento masticando un submarino, maldiciendo entre dientes por los recientes acontecimientos. Se sube al carro. Góndola maneja con cuidado, dejándose guiar. Poco tiempo después Doménico le grita:

- ¡Detente! Hemos llegado.

- ¿Aquí? -pregunta, consternada, la conductora.

Paredes manchadas: anuncios de conciertos, el Rayo de Jalisco contra La Parca Jr. y la puerta de barrotes alumbrada por los focos del Brasilia.

- ¡Ni hablar! Yo aquí me bajo -protesta Góndola.

Para Doménico todo este viaje no puede haber sido en vano. Salta al asiento de conductor, mete primera pisa a fondo si apartarse de la puerta, estrellando varias veces el auto hasta romper la cerradura del local.

- ¡Mi coche! -protesta Góndola. Y corre detrás de él, atravesando pasillos, cipreses, lápidas polvorientas y majestuosos arreglos de mentira.

Doménico detiene el coche frente a una tumba aislada. Allá, lejos, al fondo del enorme cementerio. Góndola arremete contra su figura, arrodillada frente a la la losa y murmurante.

- Ahora vas a ver -le grita enfurecida-. ¡Joto de mierda!

Gemidos de placer rompieron la luz de la aurora, mientras el primer rayo de sol, se reflejaba, insensible, en la tiara de Góndola.

10 de diciembre, 25 de marzo...

Hablo de lugares que no me pertenecen. De un pasaje en Oporto que iluminan los coches, de un rastro de la historia hablando de Porfirio en Guanajuato. Hablo de canicas perdidas en el habitáculo 68 del Fuerte de la Concepción, de los belenes vivientes de Plaza de los Bandos. Música escandinava en una larga noche inabarcable. Hablo de un anochecer en VíaVía, las palomas volando por el parque Lezama y una vieja ambulancia atravesando el Ghetto por una avenida ancha y solitaria. Hablo de quarks y música ligera, de lenguas circasianas, de peplos, de guijarros, versos que ya perdí y el tiempo que me lleva a un once de diciembre del que no espero nada. Y de angustias, de una idea perdida que no quiero eludir y ya se aleja. Todo el tiempo retumbando en medio de mis ojos. A veces lo llamo Adén, o Trieste, Samarcanda pero tan solo son nombres que cifran imposibles. Quisiera hablar de un libro en una calle arbolada, el cielo azul cubriendo, tal vez, un escritorio futuro en el que sentarme a pensar y el que hablar de mapas, de plazas y amuletos, del cerro de Potosí, la iglesia de los Remedios y Tlön y Uqbar y la vieja Ragusa de la que huyen los hombres llevándose a sí mismos en cantos y en tradiciones, y las chicas que salen de Columbia para tomar un pastel, apenas despegadas del sudor y el deporte y una costa y paz para hablar del oprobio y la miseria de ser hombre.

Anotación o cita

- Su historia es inverosimil.
- Como todas las demás. Igual que toda historia codificada o no a la que sólo damos crédito por pereza.

Cambios

Camino de Salamanca
Álvaro Mutis
Yo debí atravesar el Trópico como quien cruza un puente. A bordo de un bajel o un paquebote compartir la ponzoña y el aliento con oleadas de tábanos y damas de merced. Tal vez me asomé a un río, mastiqué una piraña largo tempo cocida y desde ahí regrese, atravesando cordilleras, a la bruma, la brea y el desierto. Soy dueño de un odre por el que pasa el agua, el llanto, el sol, el vino. Mira de dónde vienen las punzantes ijadas de la espera: de las costas febriles del sur, de los páramos altos arrasados de viento y mansedumbre, de algo que alguna vez fui yo y ahora es un regato donde agonizan fetos y simientes, de la estepa sangrante que cuaja leche y desconoce miel. Sírvase usted de esta herida moral que ya supura. Sea usted invitado al humilde banquete de mi casa. Por la mañna, las terneras menean su rabo bañado de rocío. Las piedras en el suelo fueron pasos de mozas al ir a buscar agua. Huele a espiga y a vid. No me digas, mujer, que equivoqué el camino.

Nieve en el Popocatépetl

Para los habitantes del Valle de México la nieve es una especie de animal extraño. Lejos de evocar ángeles bostonianos, muecos con ariz de zanahora alegres batallas blandas o románticos paseos a la vera del río, lo primero que les viene a la cabezaes la inseguridad del tacto, la inconsistencia mental de no saber cómo se siente la nieve. Aquí las respuestas son múltiples. Hay quien la imagina como arena húmeda, quien desespera por pasarle un dedo y llevárselo a la boca para degustar una panna fría y cristalina, quien piensa en una especie de hielo en polvo reunido de forma extraña bajo efecto de una especie de sortilegio entre magnético y viscoso. Es irresistible intentar malmeter, buscar una fascinación por la huella profunda bajo el peso del cuerpo que no llega siquiera a escucharse, tanta es la fascinación que guarda cada uno. Cierto es, la nieve tiene algo extraño. Tanto para los que la conocemos como para los que apenas son capaces de inventarle una textura con vaga imprecisión, despierta una terquedad infantil ante la que no hay razones: ni la amenaza de una madre ni la descripción más precisa e imposible.


Este extraño invierno, los largos días de lluvia dejaron, al apartarse, la imagen postalosa de todos los volcanes recubiertos con nieve: la dama tumbada y el Popo dulcemente vestidos como con trajes de boda, un breve sombrero blanco para la Malinche y, a lo lejos, al este, el Pico de Orizaba, perfectmente visible y a la vez enorme. No tardaron en proyectarse las ávidas excursiones. Unas al saturado Paso de Cortés, otras a las piernas o la cabeza de Iztaccíhuatl o a las faldas más transitables de la acogedora Malinche. Muy pocos, tal vez nadie, lograron alcanzar lo pretendido, apenas una brazada, un simple copo de la desconocida nieve. Se oyeron relatos de hielos sobre capós de coches, largos embotellamientos en los caminos de acceso y sobre todo imágenes, vídeos, fotografías, miradas añorantes al inevitable misticismo de la montaña y la nieve. Un volcán -como una pirámide- invoca a algo tal vez universal para el género humano. Una ambición por crecer, por vislumbrar el mundo como algo diminuto y abarcable, estar más cerca también del sol y de los astros, romper, en definitiva, con un molde animal que a la ambiciosa razón le parece postizo y despreciable. En su perfección geométrica el volcán adelanta a la montaña y su magnitud ridiculiza y acompleja a la mayor pirámide. Por eso la blancur del volcán puede llegar a alegrarnos y nos haga, quizás, sentir más libres, mejores.

Hoy salgo a pasear y veo humeando al Popocatépetl. Para mi sorpresa, la nieve de la boca del volcán va adquiriendo la oscura tonalidad de la ceniza. Ahora soy yo quien desconoce esa nieve que el calor y la actividad de los intestinos de la Tierra irán convirtiendo sucesivamente en escarcha de ceniza, barro oleoginoso y humedad retractada bajo un subsuelo estéril. No quiero imaginar que todo ello implique algo, el reverso de esta moneda me parece estúpido. Subo a un autobús lleno de colegiales, admiro el sol de media tarde con todo su esplendor y me digo que nada de esto real y quiero comer algo.

¿Qué hago yo aquí?

Intentaré reproducir este momento. Son las once y media de la noche de un sábado. A mi espalda, en el salón, cuatro personas ríen, gritan, dan voces, se oye ¡mierda!, jugando al dominó. Hace apenas cinco minutos acabo de terminar un libro de Chatwin. Como coda de la coda, una referencia a su estilo, Hemingway, T.H. Lawrence y un maestro auténtico y secreto del que no había oído hablar. Poco antes de morir, rememora la noche en la que pudo conocerlo, antes de que el maestro marchara hacia el Caribe y la muerte. En las páginas anteriores recuerda sus trabajos en Sotheby’s, las obras de arte griegas, egipcias, barrocas o modernas que pasaron por sus manos. Yo estoy apoyado sobre una mesa sencilla y me levanto para dejar el libro en el estante adecuado. Hecho una mirada pensando qué leer. Hay unas tijeras, el papel de una bolsa de té peppermint, varias libretas en blanco, un desodorante, auriculares y una bolsa con semillas de calabaza. No sé porqué pero tomo un sorbo de refresco de manzana y no me siento demasiado lejos de las reliquias de Chatwin. Pienso que en esto que me sucede también hay algo de reliquia y de encuentro con un maestro por lo que me propongo escribir. Mientras tanto escucho temas de Gillespie, Coltrane, Duke Ellington o Lester Young para evitar en lo posible el jaleo de afuera. Tal vez no haya mucho más o queden muchas cosas (el chileno que viaja al mar del norte y la piedra del desierto de Atacama, las personas que no he podido o no he querido conocer, dos tomos de la obra de Pessoa, los mordvinos y la tribu de Cumán, el baile de un guajalote y las toallas colgadas del librero) pero la experiencia termina aquí, con el ruido de las fichas golpeándose a mi espalda, Salt Peanuts en el Massey Hall y algo así como ganas de dormir, reír, o de salir corriendo.

Tocqueville y el destino de los Estados Unidos

Cuando uno traspasa el umbral de su aislada morada, el pionero os viene al encuentro y siguiendo la costumbre os tiende la mano, pero su fisonomía no delata amabilidad ni alegría. No toma la palabra más que para haceros una pregunta; es una necesidad mental, no del corazón, la que satisface y, apenas ha obtenido de vosotros las noticias que desea conocer, vuelve a sumirse en el silencio. Uno creería encontrarse ante alguien que, cansado de los inoportunos y de tráfago del mundo, se retira a su hogar a la caída de la tarde. Si a su vez le preguntáis, os facilitará con inteligencia las indicaciones que necesitéis, atenderá a vuestras necesidades y velará por vuestra seguiridad mientras estéis bajo su techo; pero en todos sus actos se aprecia tal grado de fastidio y soberbia, tal grado de indiferencia pro el resultado mismo de sus aciones, que uno siente cómo el agradecimiento se le hiela en el pecho. Sin embargo, a su manera, el pionero es hospitalario, pero su hospitalidad carece de calor proque él mismo al ejercerla se somete a una penosa necesidad del desierto. La considera un deber que le impone su condición, no un placer. Este hombre anónimo es el representante de la raza a la que pertenece el futuro del Nuevo Mundo, una raza inquieta, racional y aventurarea, que fríamente realiza lo que sólo el ardor de la pasión explica, que comercia con todo, incluso con la moral y la religión.

Nación de conquistadores que acpeta domestiacar la vida salvaje sin dejarse nunca seducir por sus encantos, que sólo aprecia de la civilización y de las luces su utilidad para alcanzar el biensetar y que se adentra en la soledades americanas con un hacha y unos periódicos; gente que, como todos los grandes pueblos, persigue una sola idea y avanza hacia la adquisicón de la riqueza, único fin de sus fatigas, con una perseverancia y un desprecio a la vida que uno estaría tentado de llamar heroísmo si tal nombre se acomodara algo distinto de la virtud. Pueblo nómada, al que no arredran ni ríos ni lagos, ante el cual caen los bosques y las praderas se sombrean, y que, una vez alcanzado el océano Pacífico, vovlerá sobre sus pasos para turbar y destruir la sociedad que haya dejado tras de sí.


Saginaw

Nos preguntamos por qué singular regalo del destino, a nosotros, que habíamos podido contemplar las ruinas de imperios hacía ya largo rato fenecidos y deambular por desiertos de factura humana, a nosotros, hijos de un pueblo antiguo, nos había sido concedido el privilegio de ser testigos de una de las escenas del mundo primitivo y de ver la cuna todavía vacía de una gran nación. Allí no se trata de las previsiones más o menos azarosas de la sabiduría, sino de hechos tan ciertos como si ya hubieran sucedido. Dentro de pocos años, esos bosques impenetrables habrán sido talados, el ruido de la civilización y la industria turbará el silencio del Saginaw, haciendo enmudecer su eco... Los muelles aprisionarán sus riberas; sus aguas, que discurren hoy ignoradas y tranquilas a través de un desierto sin nombre, serán expulsadas de su cauce por la proa de los barcos. Cincuenta leguas superan todavía esta soledad de los grandes asentamientos europeos y nosotros somos quizá los últimos viajeros de Europa a los que ha sido concedido el privilegio de contemplarla en su primitivo esplendor. Tal es el impulso de la raza blanca hacia la conquista total de un nuevo mundo.

Es esta diea de destrucción, esta certeza de un cambio próximo e inevitable lo que, a nuestro parecer, confiere un carácter tan original y una belleza tan conmovedora a las soledades americanas. Uno las contempla con delectacón melancólica y, de alguna forma, se apresura a admirarlas. La idea del acabamiento de esta grandiosa y salvaje naturaleza se mezcla con las soberbias imágenes que produce la marcha triunfante de la civilización. Uno se siente orgulloso de ser hombre y al mismo tiempo siente una especie de amargo pesar por el poder que Dios no ha concedido sobre la naturaleza. El alma se siente agitada por ideas y pensamientos antagónicos, pero todas las impresiones que recibe son intensas y dejan una profunda huella.

Alexis de Tocqueville, Quince días en las soledades americanas, 1840

"serán expulsadas de su cauce por la proa de los barcos"

Vértigo

Yo miraba los bustos, las estatuas, todavía desconecedor del onanismo máximo de Diógenes sobre el cráneo cerúleo de Platón. Nada sabía de América más que Cristóbal Colón y los dinosaurios fosilizados por toda Patagonia. A veces me reía a sala o sala y media de distancia. Confiaba en el humor de cultura, en un vestigio griego del que alardeaba Roma. Y no fue suficiente.
Camino de Florencia ya no sé si prefiguraba o recordaba versos (la paloma se defiende de la historia..) en vez de agriculturas. La palabra Toscana me refinaba los ojos y el quehacer extemporal de una pizza y chancletas no podía nada frente los ojos almendrados del trecento senese. Una alegre muchacha autocelebró su pizza y apoyado en las puertas de Santa Maria del Fiore el trastabilleo de pasos no encontraba la manera de inquietarme.
Luego conocí Lisboa y Buenos Aires. Los recepcionistas de noche hablaban de Maradona y del Benfica, cobraban por adelantado mientras se rascaban la panza. Yo, que soy cuervo y del sporting, hubiera preferido una anciana Biancotti o una mujer oscura que me dejara marchar. Las calles, las iglesias, también se sucedían con un recorrido difuso pero siempre concéntrico. Alguna que otra vez también llevan a casa. Sin demasiadas historias, con una nostalgia íntima de atlas y de ríos, un aire tierno y frío que se te enrosca en la cara, carreteras llenas de curvas y trenes y desvelos, confundidos en el fondo de un deseo infinito.
El viaje terminó en un avión de Iberia. Sentado frente a las Conchas, Jorge me saludó y me invitó a su casa. Las calles comenzaron a girar, los rumbos se enroscaron y me olvidé de Italia. Alguna vez oí hablar de Trieste y Trieste ahora me espera.

Miller para principiantes

Casi en el final, una silueta desnuda, inalcanzable.



Pero también estas palabras: "y ahora un hombre de 87 años, locamente enamorado de una mujer joven ... (un perfecto amor por vez primera) ... confuso como sólo un adolescente podría estarlo" Quería escribir de mí, de la frustración de vivir y no saber, de esa imagen fatal y venidera pero, poco importa ahora si hablando con ingenuidad, Henry Miller (otra vez) se merece el aplauso.

Un héroe de nuestro tiempo

Yo, que no compartí baile con ninguna princesita circasiana, me preguto qué, si no el azar, me impuso sobre el peso de los siglos esta genealogía de pérdidas y esperas.