Nieve en el Popocatépetl

Para los habitantes del Valle de México la nieve es una especie de animal extraño. Lejos de evocar ángeles bostonianos, muecos con ariz de zanahora alegres batallas blandas o románticos paseos a la vera del río, lo primero que les viene a la cabezaes la inseguridad del tacto, la inconsistencia mental de no saber cómo se siente la nieve. Aquí las respuestas son múltiples. Hay quien la imagina como arena húmeda, quien desespera por pasarle un dedo y llevárselo a la boca para degustar una panna fría y cristalina, quien piensa en una especie de hielo en polvo reunido de forma extraña bajo efecto de una especie de sortilegio entre magnético y viscoso. Es irresistible intentar malmeter, buscar una fascinación por la huella profunda bajo el peso del cuerpo que no llega siquiera a escucharse, tanta es la fascinación que guarda cada uno. Cierto es, la nieve tiene algo extraño. Tanto para los que la conocemos como para los que apenas son capaces de inventarle una textura con vaga imprecisión, despierta una terquedad infantil ante la que no hay razones: ni la amenaza de una madre ni la descripción más precisa e imposible.


Este extraño invierno, los largos días de lluvia dejaron, al apartarse, la imagen postalosa de todos los volcanes recubiertos con nieve: la dama tumbada y el Popo dulcemente vestidos como con trajes de boda, un breve sombrero blanco para la Malinche y, a lo lejos, al este, el Pico de Orizaba, perfectmente visible y a la vez enorme. No tardaron en proyectarse las ávidas excursiones. Unas al saturado Paso de Cortés, otras a las piernas o la cabeza de Iztaccíhuatl o a las faldas más transitables de la acogedora Malinche. Muy pocos, tal vez nadie, lograron alcanzar lo pretendido, apenas una brazada, un simple copo de la desconocida nieve. Se oyeron relatos de hielos sobre capós de coches, largos embotellamientos en los caminos de acceso y sobre todo imágenes, vídeos, fotografías, miradas añorantes al inevitable misticismo de la montaña y la nieve. Un volcán -como una pirámide- invoca a algo tal vez universal para el género humano. Una ambición por crecer, por vislumbrar el mundo como algo diminuto y abarcable, estar más cerca también del sol y de los astros, romper, en definitiva, con un molde animal que a la ambiciosa razón le parece postizo y despreciable. En su perfección geométrica el volcán adelanta a la montaña y su magnitud ridiculiza y acompleja a la mayor pirámide. Por eso la blancur del volcán puede llegar a alegrarnos y nos haga, quizás, sentir más libres, mejores.

Hoy salgo a pasear y veo humeando al Popocatépetl. Para mi sorpresa, la nieve de la boca del volcán va adquiriendo la oscura tonalidad de la ceniza. Ahora soy yo quien desconoce esa nieve que el calor y la actividad de los intestinos de la Tierra irán convirtiendo sucesivamente en escarcha de ceniza, barro oleoginoso y humedad retractada bajo un subsuelo estéril. No quiero imaginar que todo ello implique algo, el reverso de esta moneda me parece estúpido. Subo a un autobús lleno de colegiales, admiro el sol de media tarde con todo su esplendor y me digo que nada de esto real y quiero comer algo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Luismi, soy Efe. a ver si me escribes un mail, que hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas, tío. Te felicité por tu cumple, no lo recibiste? un abrazo!

PD: En Barcelona hemos tenido la mayor nevada en 25 años, y ha sido genial tb, tío.