En defensa Murakami


Durante estos días de intenso papeleo parecía inaceptable no acordarse de Kafka. Sin embargo, más allá de perderme en castillo y pasajes de juzgados Kafka me remite directamente a la portada del último libro de Haruki Murakami.
Antes de viajar a México recorrí un par de veces las plantas dedicadas a la lectura en el Fnac de Callao. Aquel parecía ser el momento de Murakami con las listas de ventas protagonizadas por el gato verde de Kafka en la orilla. No hace falta que insista en mi afición por todo lo que sea frontera, periferia o extrarradio. Si a ello se suma la presencia de Kafka y aquellos enormes ojos iridiscentes persiguiéndome con su serenidad parecía imposible que me librara de aquella compara pero me libré. Para libros gruesos ya pensaba en Los detectives salvajes y al final fueron Julien Barnes y Reinaldo Arenas los que le acompañaron en mi viaje. A pesar de todo abandoné Madrid con la imagen inseparable de aquellos delgados bigotes y el golpeteo de las frases entrecortadas, forzadas a otro idioma, de mi primo Alejandro en honor de la literatura japonesa.
Pasados unos meses Mariel y yo tomábamos café en zócalo de Puebla. Creo que ella leía a Arenas o a Lawrence Durrell, quizás a ambos. Paseando sin rumbo encontramos una librería de viejo. Fue entonces cuando le regalé Justine así que debía estar leyendo sólo a Arenas. No recuerdo lo que leía yo pero allí estaba Murakami. Por detrás de la portada de Tokio blues. Norwegian Wood yo podía encontrar la esplendorosa figura del gato verde, las palabras de Alejandro, un orientalismo menos superficial que las Memorias de una geisha, mezclado con ritmos pop y música de trompeta. Lo compré.
Camino de Guanajuato llevaba en la mochila el libro de Murakami, uno de Sarduy y la antología de cuento estadounidense que había comprado en Donceles el día de mi cumpleaños. Murakami fue lo primero que abrí, alternando a la misteriosa Naoko con las enormes planicies del altiplano central. Creo que nunca olvidaré Guanajuato, lleno de cristos de palma el domingo de resurrección.
Ya en Zacatecas el libro me empezó a pesar. Se llenó de convencionalismos y tremendismo barato, incendios y azoteas, una joven acosadora, perversamente sexual. Comiendo chile relleno la mesera me preguntó qué leía. En vez de hablarle de Daniel Santos saqué apresuradamente el libro de mi bolso y se lo regalé al instante. Ya lo había terminado. La soledad del viaje comenzó a deprimirme, fueron los peores momentos de mi estancia en México.
Ahora recuerdo a aquella mesera que me quería invitar con miedo de su madre. Me pregunto qué pensaría de aquella historia enrevesada, del amigo que follaba por aburrimiento, de otro horrible final feliz tan a destiempo. Creo que al menos valía cuarenta pesos: buena editorial y bastante buen estado. Con Banana Yoshimoto me pasó algo parecido pero a pesar de todo hoy me acuerdo de ello. Esta es mi forma de defender a Murakami.

1 comentario:

crayola dijo...

ay, sí, sí me despistó un poco... ahora ya sé de cuál día hablas

(pero el nombre no me gusta!)