àporoi

Somos el cereal, el pasto, el multitudinario río de huevos de esturión y también aquel bar en Inglaterra en el que una muchacha salta con sonrisas y cola de caballo. Venimos del este, de donde no existe el mar. Habitamos los ojos del joven que atraviesa Paral·lel acelerando su moto esta noche cualquiera. Pervivimos así, vueltos máscara y nombre de otro pueblo, otro dios. Hay quien llevando un lazo y un sombrero se acuerda de nosotros sin que pueda siquiera sospecharlo. Así hay quién nos mira de lado y especula
-Mira, cómo se deshace esa gente.
-Cómo vive.
-Cómo llega rompiendo, quebrando pervirtiendo.
Y se llora, se gime, se vuelve un poquito atrás como si eso pudiera eliminarnos.
Nosotros somos la espada y la pared. Hemos llegado hasta aquí porque somos aquello que nos teme y deforma: la mujer serpiente de los bosques de Hilea, el sahumerio hilarante que acalla la congoja, la cimitarra, la roca en la que no se sentaba el sapa inca, el peligro que recorre Europa en un caballo o un tren. Por más que lo pretendan no podrán ser peores que nosotros porque estamos en ellos. Bebemos la misma sangre que sus labios añoran, la misma libertad. Nuestra victoria es el cielo abierto sobre nuestras cabezas, la línea del horizonte, la máscara que no llevamos y en nosotros se quieren colocar. Y tal vez no haya más que decir al respecto. Sentarse en una calle a mirar nuestros pasar. Alzarse. Caminar.

Esperando a los bárbaros

Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia ya conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios solo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era.

J.M. Coetzee