Delgadas paredes de papel

. -¡No es tu amigo! ¡Mírame, mírame bien! -decía- No es amigo tuyo. No significa nada para ti. -Y, soltándole los carrillos, le agarró del brazo derecho y se lo llevó calle arriba.
. No sé con quién estaba ni quiénes eran ellos. Por supuesto, él no era mi amigo, pero me apetecía hablar. Volvimos a entrar al bar y pedimos cerveza. No debía quedar mucho para que nos largaran de allí y había que aprovisionarse a toda prisa. Cada quien apuraba lo suyo, buscaba un lugar donde saltar, recorría las caras y los couerpos con ganas de mear o vomitar.
. Ahora todos se levantan. All you need is love, cantan a coro. Yo apenas hago caso. Agoto la cerveza. Como siempre, hay quien prentende a quien, hay quien rehuye. ¡No son tus amigos!, insinúa una voz. Alguien habla de marihuana y yo digo que sí, o asiento con la cabeza. Aquí rompo una taza.
- O -
. Esta es la hora crítica en la que se desparrama o se duerme. Los muros de los edificios establecen un vínculo musical con el interior de mi cabeza, en ella resuenan versos y dejo que los brazos me lleven donde sea. Una psicóloga me aborda pero quiero moverme, adueñarme del mundo y ella sigue anclada en medio de la barra, mirándome bailar. Muevo los pies, seguramente mal, borracho de la noche que se escapa, de las últimas noches. Muevo los pies y bailo sin esperar a nadie.
. El grueso del grupo se va y yo me quedo solo y dueño de mí mismo. Quédate a dormir, me dice Alberto. Yo no sé qué hago allí ni por dónde he llegado. Creo que en mi vaso hay whisky, aunque no me gusta el whisky y en otro lugar me esperan yendo de un bar a otro. Así no vas a llegar a ningún lado, me dice, pero a fuera las iglesias zumban y se mueven, mis pasos las convierten en enormes banderas. Tal vez sea un error pero hay una satisfacción en caminar solo diciéndose a uno mismo no me debo sentar en el portal porque de ahí no me muevo.
- O -
. Me despierto a mediodía. El mundo sigue igual. La borachera me dura en lo más íntimo. Alberto me llama riéndose de mí. Yo le mando a la mirda y salgo de casa para tomar un café. Odio los perros ladrando. Los gallos me taladran la cabeza. Que no son mis amigos, pues a la mierda, me digo. A la mierda, a la mierda. Y en vez de un café me pido una cerveza.
. Aspiro a que nada modifique mi falsa serenidad. A que ante cualquier encrucijada sea capaz de elegir el camino del medio, la suma de todos los caminos. Dejo mi mente en blanco como si pasaran horas. Respiro cada segundo de ese tiempo imposible. Soy hijo de la serendidad y del exceso, me digo. Esta noche volveré a buscarme aunque nadie me sienta como prójimo. Tal vez sea capaz de condensar un rostro o la vida se simplifique o acabe durmiendo en un sofá.
- O -
. El salta sobre mi cuerpo y me despierta con la brusquedad de un día de diario. ¿Qué pasa?, pregunto. ¿A qué tanto ajetreo? Algo se mueve a mis pies, intenta morderme los pies o cortarme las uñas. Yo rechazo el contacto y hago que desaparezca. El se levanta para preparar la ducha. Camina descalza y desnuda, tal vez nunca regrese, se cuele en los desagües o se la lleve un viento por debajo de la puerta.
. Me llama Alberto para que veamos el fútbol. Sabe que no me gusta el fútbol pero le digo que sí. Sospecho que tampoco le gusta. Comemos unos pinchos, conversamos un rato, dejamos que el tiempo pase sin preguntarnos por qué.

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