Sin miedo de la balacera

Con Mariel Martínez
Al doctor Castellanos, Gonzalo Rojas y Julian Herbert
0.
Noche frías de aguardiente,
aguardentosas noches frías,
frío de la noche ardiente,
muerde
la balacera
1.
No tengo miedo a morir en esta balacera,
ajos, ojos, ajos
agasajadme
los ojos ajos.
No tengo miedo a morir en una balacera.
4.
Calibre 48, 27, 32.
El gatillo caliente
mojado de aguardiente.
Mañana por la mañana domaré
mi primer caballo.
6.
Oscura noche oscura
de balacera dura.
Se me atrofio la troca,
no queda otra.
7.
Fusca,
brusca,
se busca
fusta.
en esta noche oscura
de pura balacera.
2.
Espeluznante jeta abierta,
en plena balacera.
Sobre la acera yaces,
muerta.
8.
Suena un corrido,
aúlla un perro,
cuatro cráneos abiertos
en una sola noche.
Los narcos beben seguido
tequila y aguardiente.
Aúlla un perro,
canta un gallo,
amanece.
9.
Porque no temo morir
en una balacera
bebo sobre la acera
tequila y aguardiente.
13.
Hay veces en la noche,
yo no sé,
en que te asaltan las putas,
pistolas,
balas,
perros aullando a la troca
destartalada.
11.
Pasa la llanta
sobre el cadáver.
La sangre salta
sobre la calle.
Viene la patrulla
con sus chingaderas.
Bebemos tequila y mezcal
sobre la acera.
16.
No la toques ya más
que así es la balacera.

Relato soñado

Como comienzo el mar. Jugar al miro o al miramos. Al quiero y al deseo, la vil sexualidad. Luego, al regreso, una casa de trapos limpios y brazos enlazados por detrás de la espalda pesando a cada segundo más. La llamada del enfermo, la trivialidad de la muerte, la prostitución, nos sirven de retardo. Y lo que importa del encuentro no es la vida frugal de lo pasado sino un porvenir abierto de oscura incertidumbre, la imposibilidad de volver a la rutina segura que un simple comentario enturbia y estremece. Ahora ya es la noche territorio de sueño e inquietudes, de prostitutas y clowns, amenaza en disfraz. Es la alegría la que en esta vaga vigilia languidece. Todo volverá a ser igual y no seremos los mismos.

Hotel Savoy

Dime si no es cierto que las guerras, si no es posible, si no puede decirse que las guerras, las guerras, las guerras. Gentes a borbotones escapan de la guerra, gentes que pueden morir, escapan de la guerra tal vez para encontrar la muerte, la muerte que la guerra también ofrece muerte. Y acabada la guerra gentes en tropeles, gente que huye, que busca o que regresa. He aquí el joven, el tal vez judío o tal vez burgués o tal vez elegante individuo que se desplaza, atraviesa, las largas extensiones, los terrenes infinitos de la más ancha Europa para encaramarse en Viena, en la suntuosidad onírica de un pudo ser o un fue y ahora es traje gris, gastados mocasines, trampas y vaho y gas en el Hotel Savoy. Tal vez nada suceda o acaso suceda todo en el Hotel Savoy: la gente muere y procrea, los botones dejan cuentas impagable y el ascensorista otea los leves entresijos de una vida de hotel en la que el paso consume y estanca más allá de los brillantes pisos de la alta burguesía. En esta ciudad de sombra que recorrieron Meyrink, Schnitzler, Musil, Zweig y de la que escapó el propio Joseph Roth solamente el fuego es capaz de dejar algo en claro, tal vez la amistad, la desaparición de un mundo, otra vez el camino.