Catedral

Hablamos por la noche. Carver es la tristeza pero por suerte hay una especie de antimateria, algo en el universo. Mariel se ríe y me callo. Vuelvo a hablar. Me gustaría poder hacer las cosas de otro modo, en otro lugar. ¿Qué importaría Carver en un momento así? Continuamos hablando. Por suerte siempre tenemos algo que decir. Mientras la cosa siga así no corremos peligro.

El deseo burlón



Llegar a la ciudad, recorrer la ciudad, conocer a tres o cuatro borrachos de los que no es posible despedirse, perder una oportunidad, otra, creer enamorarse, inventarle nombres a los perros para poder decir “El otro día estuve con Gregorio”, fingir emocionarte por un tema cualquiera, vivir la melancolía (miedo, tristeza, aislamiento, pesadillas, rechazo de la gente, etc.) más que cualquier libro y, luego, darte cuenta de que has llegado a casa.

Pasaban en silencio nuestros dioses

Después de todo, las cosas siempre acaban siendo bastante más sencillas. No somos la gente chula y eso tampoco importa demasiado. ¿Ideales? Si los tuvimos fue antes de aprender a vivir. Nunca viajaremos en coche por la Zona Rosa ni por el Periférico, porque no tendremos coche. Quizás podamos ir a téibols si la ocion lo requiere, pero discretos, sin siquiera ser capaces de despertar la atención. Obvio, nos joderán, como a todos. Siempre habrá algo demasiado grande, demasiado instintivo en toda la ciudad. Algo nos sorprenderá. Y será suficiente.

Limones amargos

Hacia mitad de la historia puede rugir el hombre. ¿De qué nos sirve entonces alicatar el excusado?

Crónicas de motel

El camarero lanza dardos contra la máquina eléctrica. La muy imbécil reproduce el sonido del viento cuando la punta se clava en la zona de puntos. Un ruido innecesario. Muchos dardos se caen, el tipo es incapaz de clavarlos todos. En la televisión no paran de hablar de la nieve y el frío. Yo releo unas historias del libro de Sam Shepard intentando no prestar atención. Acabé con el libro hace menos de cuatro días y ya no recuerdo las frases ni por qué me gustaron. Habla de bicicletas, de conejos, de sierras mecánicas y actrices de reparto. Sencillo, bastante sentimental. El camarero se sirve una copa. Debe estar a punto de cerrar y quiere irse calentito para casa. A veces me gustaría ver películas viejas, imaginar todo esto en la pantalla de un cine. Shepard contaba algo y yo me imaginaba saliendo del videoclub, tumbado en la cama delante de la película. No sé por qué me imaginaba a John Wayne. Saco un euro para pagar mi café. Quiero aprovechar para comprar tinta antes de que cierren en la papelería de al lado. Cierro el libro y lo he olvidado todo.

La muerte de Carlos Gardel

Sé que no tiene que ver nada pero el primer recuerdo es un esqueleto de ballena, el río de la plata, la provincia rebelde y un café en colonia sin necesidad de huir. Algo tan poco adecuado como Castelar, Ale dibujando una canción en una libreta que ahora ya no existe, una fotografía abrazado a mi padre, uno con el sombrero negro y otro con el sombrero gris. Las palabras Damaza, Benfica, Sesimbra remiten a esas calles bajas, debajo de la catedral, en las que cantaría Gardel. Tiene bastante sentido invocar a Gardel y acabar en Lisboa. Hay algo de cono sur en las orillas del Tajo, el camino puede recorrerse en ambas direcciones. Yo me asomo a una ventana, debajo pasan negros, bolivianos, mujeres que cargan verdura y pechugas de pollo, de un pollo que no acaba de morir. Pronto bajaré al bar para tomar un vino, los barcos cruzan el río en dirección a Almada y el verdadero odio que no se parece al desprecio sino a la comprensión, a los jardines botánicos y los parques vacíos.

Si cayera de nuevo

Imagina una vela, una cucaracha en mitad de la noche, pasos a lo lejos, agua que se vierte -despierta- o un olor de semen, sudor, radiografías, la luz que parpadea como un ventilador y en la pesadilla me besas, nos besas, haces del mundo un pequeño susurro, cierta imprecisión en la que apenas nos volcamos descubrimos una carretera infinita, efímera, un susurro de carbón, más largo todavía, conteniendo el aliento. Cristales que evaporan de la boca, un susurro -decía- más lejano, un verdadero hueco, sin reportajes, sin interrogaciones exóticas, respuestas de una frase que no implican sosiego, vecinas del invierno como un gorro de lana, un corazón gigante girando en el estómago, una instantánea, un gesto verosímil -la eternidad. Algo que no importa pero sigue cociéndose y las palabras que más que a un universo se parecen a un cine, una jaula de luces, otro impedimento más.