Trapecio

- ¿Llueve?
- No.
- ¿Entonces?
- Hace frío.
- …
- Se nota desde las ventanas. Es triste. Apenas puede verse nada más que el frío. Nada más.

A veces caminaba sin destino, bajaba calles, subía, se sentaba en los umbrales de las puertas. Alguien le podía hablar. Podía hablar de alguien. No había palabras suficientes. Nadie sabría decirlo pero allí, en aquel momento todo comenzaba a tomar forma, se condensaba y fluía sin impulso, sin límite, instantáneo.

- ¿Quieres que vayamos a buscarte?
- ¿Para qué?
- Podemos ir al cine.
- Odio el cine.
- Podemos hacer cualquier cosa, no sé…

Entonces el cantaba, improvisaba canciones. Las muchachas pasaban por la calle y nos miraban pero no le importaba. Seguía cantando, cantaba, cantaba. Utilizaba las mismas palabras una y otra vez, unas palabras lejanas de nosotros, como queriendo alejarse de aquella realidad.

- ¿Entonces?
- Creo que lo mejor es tomar un café. Venid hasta casa, yo lo hago. Luego podemos dar un paseo. No debe haber nadie por la calle no este frío.

Me acompañó hasta la plazuela y estuvimos revisando entre la hierba húmeda. Alguien nos ofreció cigarrillos o nos los pidió. Buscaba unas monedas en su bolsillo, dijo que tenía hambre. Le preguntamos si había visto una cartera. Entonces sacó una linterna y empezó a iluminar la hierba húmeda pero no había nada. Nos despedimos y seguimos buscando más abajo hasta que la encontramos. Luego volvimos hasta la plaza, nos despedimos, nos dijimos adiós.

- ¿Os gusta?
- Está fuerte.
- [sonríe]
- Oye.
- ¿Sí?
- ¿Seguro que no quieres ir al cine?
- Claro que no.

Dime. ¿No crees que este vino es demasiado caro? Es cierto que hay música en directo, que se está bien, que afuera hace frío y tenemos toda la noche por delante pero, ya sabes, no me sobra el dinero. ¿A ti te sobra el dinero? Seguro que no, a nadie lo sobra el dinero. Creo que deberíamos buscar un lugar donde dormir. Después de todo esta noche no nos depara nada. Eso seguro. No debimos haber llegado tan lejos. No todos los días son fiesta, ¿sabes? Casi siempre las cosas acaban saliendo así.

Quipucamayoc

La historia pierde en fidelidad pero gana en moralidad.

Raul Porras Barrenechea


Digo que todo nace del desorden pero también que a partir del desorden es posible construirse una imagen apropiada del mundo. Veo una paloma y se me prefigura un buitre. No se sabe porqué, no puede saberse, sólo la paloma ahí, junto con otra paloma, encima del tendido. Tengo las manos llenas de carbón y pienso que el carbón es una forma diferente de la tinta. Si pusiera las manos sobre el papel escribiría sobre ellas, o quizás no escribiera, solamente una mancha se iría extendiendo como un lento desorden, a veces es preciso meditar. Ser capaz de rastrear un único movimiento y a partir de él obtener la suma de todos y cada uno de los personajes, los coche, el aire, también, que nos rodea, esa soledad.

La melancolía, el aparente desorden tras el que se encuentra un único camino, son otras formas más de la imaginación. La imagen del héroe, lo dijo Borges, no es el héroe mismo, ni se le va pareciendo. Por eso este oficio arriesgado del quipucamayoc, rostros que se duermen, vendedores que terminan su trabajo para volver a casa, suma y repetición, nada ha cambiado. Es por ello que la fidelidad no importa, puede cambiar de orden, repetirse, elegir un nuevo nombre desde el que empezar a hablar. La cifra no se debe al momento preciso sino a cierta raíz, cierta ansia o fortuna que debe alimentarse para poder crujir, alzarse, caminar cloqueando su razón, su motivo. No hay falsedad en trazar lineas con un grosor distinto cada vez, ni en poner cruces seguras, ni en la palabra aventura. Uno abre los ojos y ve. A veces, ve la lluvia, a veces un pozo interminable, a veces un paraguas que es mejor olvidar. Todo puede equipararse, no es necesario un motivo, una situación, un viaje. Las estaciones, los aeropuertos, las paradas de bus, son igual de aburridas vistas desde dentro, con la televisión encendida anunciando el número de muertos del último accidente. Quizás, todo viaje no deje de ser un episodio más del único viaje, la decepción, el cansancio, la pérdida, la muerte. Quizás, se necesario pasar un invierno en Lima para construirse una imagen apropiada de la importancia del sol. No se trata de perseguir una verdad, no hay razón suficiente para hacerlo. Se trata de una historia, una historia cualquiera, un corazón enorme inflando esta ciudad y esa historia prescindiendo de todo lo que es ella para inflarse también, sobrevolar la garúa, avanzar, alcanzar esa imagen, esa fotografía de todo lo que existe, todo lo que cabe en una sola imagen para convertirla en todo, ese todo posible que no prescinde de las gasolineras, la publicidad política, las últimas ramificaciones de la teología cristiana, las acequias, las casas de barro, las tumbas deslumbrantes.

El quipucamayoc no debe dejarse gobernar por la desidia ni por el encantamiento. Debe estar atento al carácter mutable de las gentes, debe descifrar la secreta voluntad del calendario, conocer la variabilidad orgánica de todo paralelepípedo y la forma en que se pliega ante el temblor ansioso de la noche, de cada noche, todas y cada una de las noches.