Largo do Carmo


Miro las hojas con una sincronía otoñal que hace tiritar la espada del guardia que tengo delante. En este momento debería comenzar a leer (Nasci em um tempo em que a maioria dos jovens haviam perdido a crença em Deus) pero la mistificación de los libros va más allá de su lectura y basta con tener el objeto ahí, cerrado, encima de la mesa, para que una gran parte de lo que quiso el autor se traslade hasta mí y pueda acercarme a ello mientras me sorba los mocos (estoy acatarrado, no tengo pañuelos), mire al policía o escriba cualquier cosa. Sin embargo no es fácil escribir, como tampoco es fácil mantener la posición de firmes en un escenario tan poco dado a la visión trascendental de las cosas o los actos. No hablo con rabia, ni nostalgia, me limito a vigilar las moscas sobre mi cabeza, descanso en esta plaza, miro como afianzan la bandera, escucho gente hablar en castellano, toser. Cosas del otoño, de Lisboa, de un domingo cualquiera. Sólo me ratifico, cualquier paraíso real es susceptible de tedio.